El senador Manini ha decidido convertirse, en su papel de legislador, en un defensor de los Derechos Humanos… de los militares procesados que, según su perspectiva, están siendo vulnerados por ser hombres muy mayores que, seguramente debían estar gozando de buen retiro en vez de verse sometidos a tribunales y procesos judiciales por hechos cometidos hace ya tantos años. Para sustentar su perspectiva echa mano de varias afirmaciones que son, cuando menos controvertibles.

Lawrie Rodríguez es un capitán retirado que ya pasa los 75 años y tiene unas condiciones de salud particulares por haber sido sometido hace poco tiempo a una intervención quirúrgica, motivos por los que está incluido dentro de la población de mayor riesgo en tiempos de pandemia. Es verdad, pero no hay que olvidar que, de hecho, el capitán tuvo un privilegio que no tuvo Iván Morales Generalli, pues justamente Lawrie Rodríguez le impidió llegar a ser un anciano en compañía de su familia.

Manini ha hecho hincapié en que es necesario que el pueblo sepa “la verdad y no la tergiversación de la historia que se ha hecho… en los textos de estudio”. Ante lo anterior cabría preguntarle al senador y general retirado, ¿a qué verdad se refiere? ¿Puede ser a la que no contaron los militares cuyos derechos son hoy objeto de su angustia? Porque es muy importante recordar que aquello que él refiere como, la expresión del pueblo uruguayo en las urnas por dar vuelta a esa página de la historia, se ha venido demostrando poco a poco que fue construido sobre información que no era cierta.

Es importante que la cruzada por la verdad de Manini llegue hasta el hecho de asumir que, los militares mintieron cuando dijeron en su informe de 2005 a Tabaré Vázquez, que los restos de los detenidos en su poder habían sido cremados y sus cenizas esparcidas en el mar, lo que de haberse creído ciegamente, habría clausurado la posibilidad de rescatar los restos de Eduardo Bleier, Ubagesner Chávez, Julio Castro, Ricardo Blanco, Francisco Miranda y logrado identificar el cráneo de Roberto Gomensoro, lo que, al menos le trajo algo de certidumbre a sus familias.

Pero, en esa búsqueda por la verdad, no es solamente necesario que se revelen los hechos individuales, sino el contexto que los permitió, e incluso los alentó; porque Manini también recuerda que el 14 de abril de 1972 el parlamento declaró el “estado de guerra interno” que le abrió el camino al establecimiento de esa situación cuya palabra sintética le es tan difícil pronunciar al general: la dictadura. En ese sentido vale la pena preguntarle a Manini si igual de clara como tiene la fecha del inicio del estado de guerra, tiene clara la fecha del final del mismo.

Esto debido a la importancia en insistir también que, durante la dictadura los militares actuaron bajo esa premisa de guerra interna aún cuando no había una guerra, a menos que el enemigo fuera toda la sociedad. Lo que fue considerado inicialmente como una amenaza armada ya había sido desmantelado. De ahí en adelante convirtieron en su enemigo a una idea, a una forma de pensar, a una concepción filosófica.

Pero las ideas son eso, conceptos, entes etéreos que pueden tomar la forma de quien sea, y así se instauró el terror. Pero ese terror que impusieron los militares en la sociedad no fue más que la única manera en que pudieron esconder su propio terror, el miedo que sentían hacia esa idea, que podía surgir de un trabajador, un ama de casa, un estudiante o un comerciante en cualquier esquina. Entonces vivieron dentro de una guerra que ellos mismos recrearon para perseguir, capturar y encerrar o desaparecer a una idea.

Pero aún si un enemigo real hubiese estado ahí para hacerles frente, la verdad, es que sobrepasaron cualquier límite posible, incluso en una guerra de verdad, porque combatir al enemigo en una guerra no es mutilar hasta desangrarse a una persona que está atada, o llevarse por la fuerza a una mujer sola y desarmada del interior de una embajada; al enemigo no se lo combate golpeándolo con una picana mientras está en indefensión y luego ensañándose con un cadáver; esas no son las expresiones de una guerra.

La verdad entonces está también en que se sepa realmente cuántos de los detenidos y posteriormente desaparecidos fueron capturados, o sorprendidos en flagrancia en el desarrollo de acciones militares en contra de las fuerzas armadas en medio de esa guerra y cuáles fueron las garantías procesales que le dieron a esos detenidos, ya que Manini muestra ser un defensor de los debidos procesos judiciales

La verdad está también en que los militares cometieron crímenes de lesa humanidad, esto quiere decir que han atentado contra la humanidad entera, lo que saca del margen solamente de la justicia local estos hechos, por un lado, y por el otro, estos dejan de tener caducidad, palabra que parece acomodarse más a su relato. Pues estaría bueno saber cuántos años considera prudente él que alguien debe esperar para que aparezcan los restos de uno de sus seres queridos, a los cuántos años se debería declarar como “vencida” la intención de encontrar a un hijo, a un hermano o a un padre o madre.

Entonces no es venganza lo que se busca, (aun cuando el uso de la expresión intrínsecamente admite la culpa) no se está pidiendo a nadie que mutile, torture, secuestre o que entierre, desentierre y vuelva a enterrar los restos de algún familiar de Lawrie, Silvera, Álvarez o Gavazzo, se pide solo el natural establecimiento de las responsabilidades correspondientes por los hechos cometidos y por los que son responsables. A nadie le gusta vivir de la incertidumbre, y se dará vuelta a la página cuando todos los familiares y la sociedad a través de ellos, hayan encontrado la información que precisan y que les dará algo de tranquilidad.

Si Guido Manini Ríos quiere defender el honor de las fuerzas armadas, debe convertirse, ahora más en su papel de legislador, en quien desmantele el pacto de silencio que no permite que se sepa la verdad que reclaman las familias y la sociedad. Manini debe cesar en la afirmación de que “no se van a encontrar” los desaparecidos, que deja dudas si lo manifiesta como información, opinión o deseo reprimido, y ayudar a la construcción de una verdad completa, sin omitir ni acomodar partes del relato, ni esperando a que el tiempo se encargue de desgastar la intención de conocer esa verdad.

Autor: Germán Ávila

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