En la foto Armando Hart junto a Fidel Castro

Hart en mi memoria

Fue hace ya unos cuantos años que mi vida se conectó al pensamiento de un hombre que parecía un anciano venerable cuando lo conocí; y lo era, de eso me percaté un tiempo después; uno de esos sabios de cabellera blanca y manos arrugadas pero firmes; un abuelo por su edad pero siempre un padre que toma de la mano al hijo y cabalga junto a él. Ese es Armando Hart, y lo menciono en presente porque un hombre como Hart no queda en el pasado. Su pensamiento, obra y legado lo hacen perdurar. Fue en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana aquel encuentro; un seminario de estudios martianos me dio el honor y la satisfacción de conocer al intelectual revolucionario, al combatiente del Movimiento 26 de Julio, al dirigente de la Revolución; pero especialmente al ser humano que atraía como un imán; que, con solo estar delante de él, ya te absorbía.

Así era Hart, inquieto aun en su vejez, era como una necesidad de vida para él crear con el pensamiento, hacer del pensar un ejercicio cotidiano y aportador, capaz de transformar la realidad que era preciso cambiar; porque el pensamiento de Hart no era de molde, no estaba preestablecido, no comulgaba con la ligereza y la superficialidad. De eso me fui dando cuenta, al ver con qué profundidad hacía una reflexión, cómo sus ideas tocaban asuntos tan medulares como la salvación de la especie humana; la ética en el actuar de los hombres; la importancia del Derecho, la justicia y la tradición jurídica cubana; la necesidad de salvaguardar la memoria histórica, de propagar los valores de nuestra cultura; en fin, Hart tenía un catálogo de temas impresionante; y una vez que te atrapaba ya era muy difícil intentar escapar de su cosmovisión.

Me unió enseguida a Hart su vocación de justicia, su profunda martianidad, su lealtad a Fidel, su confianza en los jóvenes; yo encontré en el anciano venerable una escuela, una plataforma de ideas tan atractiva cuanto más profunda que no dudé en asirme a ella, al pensamiento de Hart, a la obra de un hombre esencial en la batalla cultural de nuestro pueblo librada históricamente. Y siempre es preciso volver a él, por su original análisis de los temas más complejos de la humanidad, porque nos hace falta revisitarlo para continuar construyendo el socialismo cubano, para mantener viva la Revolución. Hart es de esos imprescindibles teóricos revolucionarios; acaso, ¿pudiera existir una buena práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria? Evidentemente no, y en Hart encontramos una doctrina de raíz martiana en sus esencias, una interpretación marxista de la historia, un pensamiento dialéctico emancipador.

Volver a su obra es siempre un ejercicio de formación política, y no porque haya sido un político sino porque alcanzó - lo que atribuyó a Martí y a Fidel con tanta certeza y claridad meridiana - una elevada cultura de hacer política; concepto que teorizó y legó para las nuevas generaciones de revolucionarios. Era profundamente martiano Hart; su asimilación del pensamiento y los valores de Martí definieron su carácter. La fe de Hart en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud, desde esa vocación martiana, tiene en la importancia que dio a la educación y la cultura, un punto de partida para la transformación cultural del hombre, que pasa por la subjetividad humana, por la capacidad de superar la bestia que habita en los seres humanos. “Donde no esté la cultura está el camino a la barbarie”; esta idea de Hart tiene hoy plena vigencia cuando atravesamos una alarmante crisis humanística que destruye al hombre y lo reduce a materia que solo alberga sentimientos egoístas o está abducido mentalmente por las despiadadas garras de la colonización cultural.

Hart entendió como Martí y Fidel el valor de la cultura; de ahí que aplicara, con su labor creadora y fundacional, que: “…la madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios, es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura: hombres haga quien quiera hacer pueblos”[1]. La labor formadora de Hart, como Ministro de Educación primero y de Cultura después, así como al frente del Programa Martiano en Cuba; siempre pensando y trabajando con los jóvenes, con su Movimiento Juvenil Martiano, fue eminentemente virtuosa; él estaba convencido, como Fidel, que lo primero que había que salvar era la cultura, porque era escudo y espada de la nación. Y promoviendo los valores de nuestra rica cultura, con el potencial creado por la Revolución, garantizábamos el alimento esencial para la virtud. Por eso Hart no fue partidario nunca de la división, de los feudos, de segregar cuando el momento exigía y (exige hoy) albergar la unidad. Su principio unir para vencer tiene un extraordinario alcance filosófico porque hay en él una elección y toma de partido por lo que significa la garantía de victoria bajo la fórmula del amor triunfante: “Con todos y para el bien de todos”.

Y si volvemos a Hart estamos emprendiendo un camino hacia el mundo moral; basta recordar lo que él mismo dijera sobre su lucha, la de los jóvenes de aquella generación del centenario de Martí: todo comenzó como una cuestión moral; era evidente que un joven como Hart, formado en el seno de una familia que sembró en él y en su hermano Enrique, el valor de la ética y la justicia, el honor y la dignidad; elegiría echar su suerte, como martiano que era, con los pobres de la tierra; y alegaría que el arroyo de la sierra lo complacería más que el mar. Así era Hart; si leemos sus cartas desde el presidio padecido en su etapa insurreccional de la lucha contra la tiranía en Cuba, vamos a descubrir a un ser humano de una sensibilidad extraordinaria, de una vocación ética que necesariamente lo conduciría a ese escalón de la cultura en que el hombre se eleva sobre lo común de la naturaleza humana, y se convierte en hombre nuevo. Hart es heredero de esa tradición filosófica, ética y jurídica cubana; intérprete, desde su creación, de esa sabia predecesora y cultor de un pensamiento propio, crítico y revolucionario.

Como expusimos en el prólogo al libro: Cuba Va. Diálogo de Generaciones, “Hart es un torrente que no se detiene un segundo, su sentido del tiempo lo acerca tanto a Martí y a Fidel, que absorbe con sus ideas, pues llegas a sentirlas tuyas y las defiendes porque crees en ellas. Es Hart un sabio de su tiempo, y no hay satisfacción mayor que dialogar con él, a través de sus textos, discursos históricos, entrevistas; en síntesis su obra toda llena de espiritualidad, puesto que, es Hart un hombre armónico, con una impresionante vocación de justicia y eticidad inherentes a su personalidad, con la radicalidad propia de los revolucionarios verdaderos; los que no son extremistas sino que van a la raíz de los problemas para poder solucionarlos; con la capacidad que tienen los grandes hombres para ver más allá de los montes y confiar, desde la lealtad reflexiva, en la fuerza innata y transformadora de la juventud”[2].

A 90 años del natalicio de Armando Hart Dávalos retomo ideas expresadas en el citado prólogo, pero vistas desde el presente: Creer en los jóvenes fue para Hart acicate de la continuidad de la obra revolucionaria; por eso necesitó, fue vital para su vida, sentirse joven, de la manera que pudo y fue mejor serlo; de espíritu, conciencia y pensamiento. ¿Y cómo lo logró?, ¿qué método utilizó para mantener la necesaria conexión con los jóvenes? Una certera invitación al Diálogo de Generaciones; como proyecto esencial para la garantía de la unidad revolucionaria, para no olvidar nuestra historia, entender el momento en que vivimos, y estar sencillamente al nivel del tiempo histórico; colocan a Hart en el epicentro de una batalla, junto a otros grandes e ilustres, por la salvación de la condición humana en tiempos de crisis humanística. Nos recuerda al Che en su magistral planteo de que la arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud; y a Fidel con la idea previsora de que si los jóvenes fallan todo fallará. Una apuesta a la juventud que nos hace reflexionar en cómo, desde su magisterio y ejemplo, fue capaz Hart de convencer, enamorar con su pasión por Cuba y cosmovisión integradora de la obra humana que nos ha antecedido.


[1] Tilden, La República, Nueva York, 12 de agosto de 1886, en Obras Completas, Tomo 13, p.301.

[2] Invitación al diálogo, con los jóvenes de la mano, para seguir fundando: Prólogo al libro Cuba Va. Diálogo de generaciones, Editorial Abril, 2017.

 
Autor: Yusuam Palacios Ortega

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