El expresidente colombiano Álvaro Uribe ha sido reseñado con detención domiciliaria, un hecho inédito en la historia del país, no solo por ser un país que a nivel institucional cuida muy bien de los poderosos, sino porque Uribe ha sido el hombre fuerte de la política de mano dura, el más claro representante de la ultraderecha latinoamericana desde los tiempos en que Jair Bolsonaro no era más que una tímida figura local en el parlamento brasilero.

La figura de Álvaro Uribe surge a finales de los años 70, joven y despierto ocupa varios cargos de importancia regional y nacional. En 1980 es nombrado director de la Aeronáutica Civil, encargada de regular el tráfico aéreo. Fue nombrado en ese cargo luego del asesinato de Fernando Uribe Senior, anterior director y declarado enemigo del creciente poder narco, y quien se negó a entregarles las licencias necesarias para sus actividades.

Álvaro Uribe, como director de la Aerocivil, asignó los permisos necesarios para varias pistas de aterrizaje y varias aeronaves que, no mucho tiempo después, se sabría que estaban vinculadas con el cartel de Medellín. Estos permisos de movilidad aérea le dieron una ventaja importante sobre su competidor más encarnizado: el cartel de Cali, que tuvo que desarrollar otras maneras para sacar la droga desde los puertos del Pacífico.

Luego, en 1982, Álvaro Uribe fue nombrado como alcalde de la ciudad de Medellín por el presidente de esa época, Belisario Betancur, pero cinco meses después de su nombramiento, Uribe se vio presionado a renunciar, debido a que desde la presidencia se tenía información de la estrecha relación de su padre con el clan de los Ochoa, una reconocida familia de narcotraficantes.

En 1983, Alberto Uribe Sierra, padre de Álvaro, fue asesinado en una incursión armada que en ese momento fue atribuida a las FARC; fue ese el hecho que sirvió como estandarte de lucha contrainsurgente a Uribe. Luego del acuerdo de paz entre esa guerrilla y el gobierno, ante la Comisión de la Verdad, Arturo Alape, quien se encontraba al mando de las unidades guerrilleras en esa zona del país, afirmó que esa acción no fue realizada por sus tropas, ya que, durante ese tiempo, se encontraban en retirada por los operativos militares en la zona.

Desde hacía varios años había tomado fuerza la versión de que a Uribe Sierra realmente lo habían asesinado en un ajuste de cuentas por asuntos del narcotráfico y la versión de Alape le daba crédito a esa tesis. Sin embargo, la historia oficial ya había sido escrita y rehacer los relatos de una guerra es casi tan difícil como parar la guerra misma.

Lo cierto es que el helicóptero en que Alberto Uribe Sierra paseaba sobre sus propiedades fue incautado en 1984 en el allanamiento a las haciendas Tranquilandia y Villacoca, los mayores complejos mundiales de producción de coca descubiertos hasta el momento. Las explicaciones de Uribe Vélez sobre la razón por la que la aeronave se encontraba en ese lugar fueron poco satisfactorias, así como fueron poco satisfactorias las explicaciones de por qué Pablo Escobar puso uno de sus helicópteros a disposición de Uribe para trasladar el cadáver de su padre luego de su asesinato, vuelo que finalmente no se realizó debido al mal tiempo.

La incursión a Tranquilandia y la destrucción de las 14 toneladas de coca incautadas allí le costaron la vida al ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla y al coronel Jaime Ramírez Gómez, asesinados por sicarios meses después del allanamiento.

Cada explicación hundió más a Uribe en su relación con el cartel de Medellín; afirmó que el helicóptero hallado en Tranquilandia ya no pertenecía a su familia pues había sido entregado como parte de pago por una deuda. Los documentos de escribano consultados por la prensa dieron cuenta de eso: efectivamente el helicóptero fue transferido a otra persona, pero la fecha de dicha transferencia es tres meses posterior al allanamiento y quien figura como receptor del helicóptero es Pedro Fidel Agudelo, trabajador de confianza de la familia Ochoa y quien fue sindicado como testaferro en la compra de varias obras de arte en EEUU, que terminaron en la hacienda de Gonzalo Rodríguez Gacha, alias el Mexicano, uno de los más sanguinarios miembros del cartel de Medellín.

El poder de Uribe se fue consolidando, sus alianzas políticas regionales lo hicieron un líder y su vehemente discurso contrasubversivo y de mano dura con la izquierda fue abriéndose paso a nivel nacional. Defensor a ultranza de la versión más cruel del neoliberalismo, como senador formuló la ley que cambió el sistema de salud en el país, convirtiéndola en un modelo comercial y de negocios, mientras que, como presidente, terminó de licuar los pocos derechos laborales que quedaban en Colombia, profundizando el modelo de tercerización laboral, acabando con horas extras y recortando las jubilaciones.

Uribe consolidó alrededor de sí una fuerte alianza entre el poder económico, industrial y ganadero con las nuevas expresiones agroindustriales que se fortalecieron política y económicamente gracias al narcotráfico. Algunos representantes de la élite colombiana no vieron con buenos ojos a los recién llegados y se retiraron en silencio, vendieron la mayoría de sus activos en Colombia a empresas transnacionales y sacaron del país su capital.

Los que se quedaron se quedaron con todo. Se diferenciaban en el origen de sus fortunas, pero tenían una cosa en común: entendieron la necesidad de construir un consenso ideológico en Colombia que les permitiera mantener sus fortunas y privilegios. Desarrollaron grandes aparatos ideológicos en los que gastaron millones de dólares para que la mayoría de la población no solo los soportara, sino que los defendiera a ultranza de sindicalistas y agitadores.

Colombia progresaba, las cifras de su crecimiento económico no paraban de ascender, pero la pobreza era cada vez mayor y la desigualdad llegó a ser una de las tres mayores a nivel mundial. Uribe llegó a la presidencia bajo el eslogan de la ‘seguridad democrática’, que era tener mano dura con los violentos y recuperar la confianza inversionista.

Colombia salía del proceso de paz del Caguán de 1999 a 2002 (el nombre de un poblado al sur oriente del país, epicentro de las conversaciones) donde luego de más de tres años, la guerrilla se había fortalecido políticamente y el Estado, a cargo de Andrés Pastrana, había hecho todo un proceso de reingeniería militar gracias al Plan Colombia.

Pastrana consiguió las armas que Uribe usó sin escatimar: bombardeos indiscriminados, detenciones masivas, operativos de tierra arrasada, masacres, jóvenes asesinados a sangre fría para hacerlos pasar por guerrilleros dados de baja en combate y muchas otras situaciones del mismo tipo fueron su legado en la presidencia. El 70% de las víctimas del conflicto armado colombiano, contado desde 1964 hasta 2016, se produjeron en los gobiernos de Uribe entre 2002 y 2010.

Uribe, como gobernador de Antioquia, departamento cuya capital es Medellín, fue el responsable de crear las cooperativas privadas de seguridad que le darían vida a las expresiones modernas más sanguinarias del paramilitarismo. Luego, como presidente, hizo un proceso de desmovilización que sacrificó a varios de los máximos dirigentes con la extradición y masacró a las estructuras que no estaban de acuerdo con la rendición incondicional, y que buscaban tener un estatus de interlocución política, como el Bloque Cacique Nutibara, las Autodefensas Campesinas del Casanare y una parte de las Autodefensas de Córdoba y Urabá.

El trámite de la desmovilización para los medios de comunicación y la comunidad internacional se cumplió, ya las estructuras paramilitares que azotaban regiones enteras no se llamaban más Autodefensas Unidas de Colombia, pero la presencia de las mismas, con otros nombres, como Águilas Negras, siguen intactas hasta hoy.

Álvaro Uribe no tiene una relación con el narcoparamilitarismo en Colombia; ha hecho presencia estructural en él desde su fundación, es un eje central y un referente ideológico del mismo. Mantener oculta tanta verdad, por más corrompida que llegue a estar la estructura de un Estado, no es fácil. En la población están quienes lo apoyan a pesar de todo; hay quienes lo apoyan negándolo todo y hay muchos que han visto la forma en que Uribe ha construido su imperio y le retiraron su apoyo, pero todos tienen algo que decir sobre él.

Uribe fue recluido en prisión domiciliaria de forma preventiva. La acusación, soborno a testigos, es más bien cándida al lado de todo el prontuario que le acompaña: tiene casi 60 acusaciones en la justicia ordinaria y 300 durante su ejercicio como senador, gobernador y presidente. Acusaciones que van desde asesinatos selectivos hasta ordenar masacres y poner los bienes del Estado al servicio de los mismos.

Sin embargo, Colombia es, gracias a décadas enteras de propaganda que ha echado raíces en el fértil terreno de una sociedad religiosa conservadora, un país de derecha radical. La izquierda sobrevive heroica después de décadas de exterminio sistemático de su militancia, pero el apoyo popular hacia el progresismo, aunque creciente, aún no logra concitar mayorías significativas.

El gobierno de Iván Duque se desmorona, no solo por su incapacidad al mando del Estado, fruto de su inexperiencia y de depender política e ideológicamente de Uribe, sino de las duras circunstancias que, debido a la pandemia, han entrado a hacer parte de la realidad mundial y que exigen entereza como dirigente político y estadista.

Lo peor que le podría pasar al Centro Democrático, partido de gobierno que nuclea a esas expresiones de la ultraderecha, es cargar con la responsabilidad de tener el primer presidente destituido, renunciado o forzado al abandono de su cargo, por lo que, si bien la detención de Uribe es un golpe fuerte, es un sacrificio que parecen dispuestos a hacer con tal de conservar el gobierno.

Han dirigido a la opinión pública hacia Uribe y han reciclado sus ideales como fuerza política, invocando la unidad nacional, la lucha contra la izquierda y la defensa de un país de “gente de bien”; se alimentan de la polarización y la detención de Uribe la ha exacerbado a niveles muy altos nuevamente.

La gran pregunta hoy en Colombia es: ¿qué va a pasar con el capital social de la ultraderecha colombiana sin Uribe? Colapsa el hombre, pero no la idea, y Uribe, igual que todos a los ojos del verdadero poder, es completamente prescindible. Ese sector de poder que Uribe ayudó a construir sabe que ha tenido que hacer muchas cosas, sobre todo algunas muy turbias para llegar a donde están, por lo que no parecen estar dispuestos a desaparecer como fuerza política, ya que eso implicaría no solo perder lo construido, sino tener que responder por los crímenes que cometieron para construirlo.

Autor: Germán Ávila

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