La victoria de la propuesta alternativa de Gustavo Petro y Francia Márquez en Colombia muestra un cambio interesante en el esquema político local, pero también refuerza la idea de una “segunda ola progresista” en Latinoamérica. 

La política es un escenario que cambia, se acomoda y vuelve a cambiar. Una muestra de ello es que en poco tiempo la disputa ideológica parece haberse trasladado a escenarios diferentes bajo los mismos nombres, o al menos parecidos. La derecha y la izquierda o lo alternativo y el conservatismo son aún los nombres con los que identificamos las dos tendencias más claras en la disputa por la administración de los gobiernos. La primera gran pérdida: la disputa por el poder.

Durante décadas se dio por hecho que lograr el control del gobierno era lograr el control del poder. Es así que a las victorias de las revoluciones que se dieron a lo largo de la primera mitad e inicios de la segunda del siglo XX se les llamó “tomarse el poder”. La lucha armada tenía como objetivo político - militar copar, controlar y mantenerse en las casas de gobierno. Una vez logrado esto se daba por ganada la batalla final, los representantes del viejo poder eran apresados o huían al exilio e iniciaba la construcción de un nuevo esquema de nación.

Hoy, ya bien entrado el siglo XXI ¿podemos afirmar con la misma certeza que lograr el gobierno es lograr el poder? Creo que muy pocos dentro de la izquierda se aventurarían a responder afirmativamente a esta pregunta. Pero, ¿qué pasó? ¿el concepto de poder cambió? ¿el poder cambió su lugar de residencia? ¿el poder había sido identificado en un lugar equivocado? El modelo capitalista ha sido protagonista de crisis cíclicas de las que sale más o menos fortalecido durante los últimos 150 años, por lo menos. La más reciente en pleno desarrollo y teniendo como posible origen, entre otros, los acontecimientos derivados de la pandemia, mientras que las revoluciones han ido y venido sin dar golpes realmente estructurales al sistema. 

En esa perspectiva, lo que se llamó en los primeros 20 años del presente siglo como “la década ganada”, se caracterizó por gobiernos progresistas que basaron su modelo en atender las necesidades más sentidas de una amplia capa de las sociedades, la más sumergida. Estos gobiernos se preocuparon por llegar hasta los lugares más abandonados por el sistema que acumula la riqueza en un reducido sector a costa de pauperizar grandes masas de población.

Atención básica, salud, educación, protección social y alguna ayuda directa en metálico para movilizar el consumo desde la base para reactivar las economías desde abajo. Quedó claro que si el dinero se acumula arriba no cae tan fácilmente, pero cuando se distribuye abajo sube a una velocidad impresionante.

El sistema de acumulación no fue tocado, pero la población a nivel general mejoró bastante sus condiciones, ya será motivo de otro texto discutir si dicha población entendió muy bien cómo ocurrió eso. Al ampliar la base de la capa media de la población se amplió la posibilidad del consumo a nivel social, pero también permitió ampliar la capacidad de consumo individual. Cierta estabilidad laboral permitió que muchas personas lograran insertarse en el mundo de los bienes adquiridos a crédito, que es una de las maneras más alcanzables por las que se pueden tener los bienes que no pueden ser adquiridos producto de la liquidez corriente o del ahorro.

Aquí es donde parece estar uno de los posibles lugares de residencia del poder. Mucha de esa gran masa fue convencida por el sector más beneficiado por los viejos tiempos de gran acumulación, de que estaban cada vez más cerca del gran sueño romántico del éxito material y que lo único que se los impedía era la política social de los estados que anclaba el desarrollo al lastre de mantener a los más pobres, cuya pobreza no es otra cosa que el resultado físico de una actitud desprolija con sigo mismos y con la sociedad.

El resultado en términos electorales del predominio de este relato salta a la vista y durante la presente crisis del sistema capitalista una gran masa de personas están pasando un muy mal rato, mientras que otra pequeña parte está reportando unas ganancias que sobrepasan por lejos los mejores años previos a la pandemia. Justo ahora, cuando es más necesario redistribuir mejor.

Este es el panorama en que se empieza a consolidar una segunda ola progresista en Latinoamérica, pero con gobiernos mucho menos definidos que durante la primera. Ya la decisión política e ideológica de Hugo Chávez o Néstor Kirchner no está. Ahora hay un relato menos decidido con desarrollos en los gobiernos que van desde tratar de quedar bien con todos hasta la traición abierta y decidida de Lenin Moreno contra el proceso ecuatoriano, que por el cálculo (mal cálculo) político dentro de los sectores sociales no pudo ser revertido en la elección que puso frente a ese país al banquero Lasso.

Posiblemente regrese Lula a Brasil, quien junto con Petro y López Obrador le darían el punto más sólido al progresismo Latinoamericano, pero los tres con una perspectiva organizativa de relevo poco clara, por lo menos en este momento. Tal vez más adelante surjan figuras de esas que la historia produce en momentos muy particulares, el caso de Bolivia da para analizarlo aparte.

Pero la solidez y resolución política son necesarias sobre todo, para ser capaces de disputar frontalmente el relato de la derecha. Es fundamental ser capaz de poner en blanco y negro los logros sociales de los gobiernos, darle a la población elementos de identidad que estén dispuestos a defender, así sea para poder mantenerse dentro del sistema de créditos a muchas cuotas.

Autor: Germán Ávila

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