La historia de las ideas, intrincada y por momentos caótica, acaso pueda reflejar -solo en parte- la historia de la humanidad. No siempre queda expuesta, no siempre aparece tan nítida, ni mucho menos asequible. Los espejos se rompen y los pueblos acaso solo se miran el ombligo, sin mucha más necesidad que saber que la barriga está llena. Es que los distintos sistemas dominantes basados en la explotación -a lo largo de miles de años- han sabido construir el tan mentado "consenso social", o "contrato" o como quiera que se llame (otra vez el loco Marx y su poco aludida "enajenación").

Desde la conquista de la Europa occidental por el cristianismo y sus versiones locales y adaptadas (los germanos, siempre tan versátiles, tan pragmáticos), hasta la imposición burguesa de unas formas de la llamada "democracia" universales y eternas, cuasi indiscutibles, por las que todo se mide, cada paso, cada intento, cada nueva construcción social: República, división de poderes, elecciones más o menos obligatorias, diversidad de partidos, inmunidades parlamentarias y diplomáticas (tan cercanas a las impunidades). Las historias de la humanidad solo reflejan el eterno conflicto: pensar como no se debe y actuar en consecuencia ha sido la lanza y la flecha en manos del hijo de Guillermo Tell, quien además quiso poner la manzana sobre la cabeza de su padre.

La Revolución cubana es sin dudas un ejemplo de lo que el título dice (pedimos prestado el título a la historiadora chilena Alejandra Guerra), lo que en palabras de Rodney Arismendi significó un nuevo "escándalo teórico" y una nueva demostración de que no hay revoluciones "químicamente puras", volviendo a Vladimir Ilitch Uliánov. Pero además, ¿qué son las revoluciones? Sin dudas, un cambio de clases en el poder, pero también -y principalmente- el inicio de un proceso que lo transforma todo (o casi todo) y que, generalmente, se hace en nombre de las mejores y más nobles intenciones. Si algo demuestran las revoluciones conocidas desde el siglo XVIII hasta nuestros días es que no son transformaciones sencillas, no admiten resoluciones administrativas, no encuentran manuales donde seguir indicaciones, y -lo más importante- suelen ser resistidas con saña por aquellos que han sido depuestos por ellas: las clases dominantes no suelen entregar amable y amistosamente los beneficios que devienen de su condición. Las clases dominantes resisten y oponen toda la violencia a su alcance (L’ Etat c’est moi), antes de saberse derrotadas por la plebe. Generalmente son quienes definen el terreno de la disputa, son locatarios y lo hacen saber.

(Un detalle en relación a los pusilánimes firmantes de cuanto manifiesto por la "Democracia" y la "Libertad de Expresión" circula por el globo: a todos los "pueblos" (o parte de ellos) les asiste el derecho a rebelarse contra el Tirano, sea del signo que sea. Lo que no entienden los signatarios de tanto manifiesto noble y digno es que el Tirano tiene en sus manos -por los designios que sean, ya por la voluntad popular expresada en las urnas, ya por mandato divino, ya por el camino de las armas-, el derecho a defender el orden de cosas preexistente. Parece de manual... no leído).

Con esto me refiero a las voces y prácticas -sociales, artísticas, políticas- disidentes en Cuba. ¿Alguien puede creer que se construyen sociedades sin disensos? ¿Alguien puede pensar que las historias de la humanidad han sido de puro, absoluto y unánime consenso? Y digo más: ¿alguien puede sostener que dentro de las filas de los revolucionarios hay una única visión de cómo seguir adelante? Las historias de las revoluciones dicen todo lo contrario, y quien tenga la unidad de medida que pueda valorarlas y definirlas es un demagogo o un psicópata.

Fidel, Raúl, Ernesto, Camilo y tantos miles más se atrevieron a pensar como no era debido, y actuaron en consecuencia -que es lo que realmente importa. Allí estuvieron Vilma, Haydé, Tania y tantas miles más, también pensando y actuando en consecuencia. Cuba cuenta con una población casi cuatro veces la del Uruguay. Tiene algunos problemas similares, como el envejecimiento y la baja natalidad. Pero tiene unas fortalezas que ofrece al mundo entero y que la ubican a la cabeza: su nivel de solidaridad consecuente (que, históricamente, echa raíces desde 1961 en Argelia y, sin parar, hasta llegar a la derrota del Apartheid en Sudáfrica y la liberación de Nelson Mandela, pero que hoy se sostiene con su imparable ejercicio médico y medicinal desparramado en todo el mundo, incluso en las Europas).

Cuba, tan denostada, tan pobre, tan isla, tan Caribe y tan América, tantas veces caricaturizada por los esquiroles y por los timoratos -siempre ecuánimes y bien intencionados, muy progres y zurdos, de esos que siempre caen de pie-, Cuba es un grano en las nalgas del imperialismos y sus cipayos, es esperanza sin ser modelo, es dignidad sin ser la única, es democracia sin ser receta, es Estado de nuevo tipo, pero es Estado. Es patria, porque desde Martí hasta acá, Cuba es humanidad.

 

Autor: Iván Häfliger

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