EEUU y Rusia volvieron a las negociaciones tal cual habíamos previsto en esta columna hace catorce días. Por entonces eran secretas. Nunca cortaron el diálogo. Siempre hubo línea directa entre Jake Sullivan, Secretario de Seguridad del Pentágono y su homólogo del Kremlin Nicolai Patruchev, entre el canciller ruso Sergéi Lavrov y su par de EEUU, Anthony Blinken... Y también entre Yang Jiechi, ex canciller de Hu Jintao y Sullivan. El 19 de septiembre, dos días después de finalizada la Cumbre de Samarcanda de la Organización de Cooperación de Shanghái, se reunieron en Beijing, Yang y Patruchev. Un par de advertencias de Putin mencionando la doctrina nuclear de Rusia, fueron el contexto para que Joe Biden anunciara el viernes 7 de octubre: “El armagedón nuclear está más cerca que nunca desde la crisis de los misiles de Cuba… Putin no bromea". Se habían puesto serios, pero “la guerra no es cosa seria porque no es cosa de juego” nos enseñó Platón en sus Leyes.


¿A QUÉ JUEGAN LOS JEFES CUANDO SE PONEN SERIOS?

Isabel de Castilla, Marco Polo y Américo Vespucio no paraban quietos, eran los globalistas de los siglos XIV, XV y XVI, incluyendo a los chinos socios de Polo y exceptuando a los judíos de Granada e indígenas americanos, entre otros, globalistas que sufrieron a Vespucio e Isabel.

Aquellos globalistas ofensivos o pacíficos, vivían recusados por anacoretas, ermitaños y monjas de clausura. Si se quiere cortar la baraja en globalismo y regionalismo, puede hacerse en cualquier época, pero a mediados del siglo XVII, Blaise Pascal dijo, y publicó en sus Pensées de 1669, que “los mayores problemas de los seres humanos vienen de no poder quedarse tranquilos en su habitación”.

No había en ese momento ninguna epidemia que asolara la París de Pascal, ni la hubo en el Japón de los hikikomoris epígonos modernos del asceta parisino, ni había expansión de la OTAN contra Rusia ni anexión a Rusia por referéndum regionales. A los globalistas se les llamaba “conquistadores” y “adelantados” (le jardin du Borrell). “La jungla” para Borrell fue y sigue siendo el resto del mundo (perdón, Pascal, por incluirlos a vos y a él en el mismo párrafo; es por parafrasear a Discepolín).

Los pensamientos de Pascal fueron el as en el lomo del mazo contra los artesanos ilusionistas tahúres globalistas, entre los que destacó Erasmo de Rotterdam, trotamundos deshabitado por el Papa León X (literalmente deshabitado, el Papa le dispensó del uso del hábito para que Erasmo viviese en el mundo), pero desde las comedias de Terencio hasta la cosmovisión marxista, los regionalistas del as en el lomo, lidiaron con las cuatro palabras naipes, del póker de ases en la manga de La Internacional, “nada humano es ajeno”.

Donde sí hubo epidemia fue en Berlín en 1831, de cólera, donde y cuando murió infectado de ella, el idealista dialéctico y globalista, Friedrich Hegel. No es paradoja, no es un problema que se resuelve con otro problema. Puede resolverse con Karl Marx, poniendo de pie la dialéctica que estaba de cabeza en el sopi. Marx lo resolvió cortando la baraja en par, con un naipe nada indiferente en cada boca, el proletariado y la burguesía.

Había dos tipos de globalistas pues, con un solo globo, dos erasmos y un pascal, en dos dimensiones, vestido y lugar, fuera cual fuese el hábito y la habitación.

Hoy el regionalismo en nacionalismo se confunde y los globalistas le juegan al tute cabrero. Eso intentó con éxito Kissinger cuando hizo el G2 con China, dejando a la URSS y a Europa en el medio. Hoy el nacionalista es EEUU (“America first”, con o sin Trump) y Kissinger no consigue separar los siameses Rusia y China.

Pero en realidad, el nacionalismo es el naipe más marcado y enmascarado de la baraja global. Nacionalistas fueron todos los imperios y todos fueron enfrentados por nacionalismos defensivos.

Siempre hubo nacionalismos centrales y periféricos. Dicho de otra forma, partidarios del imperialismo o de la libre autodeterminación de los pueblos. Así en Kosovo pero no en el Donbass o viceversa.

Marx, el materialismo histórico (Demócrito, Epicuro, Locke, Hobbes…), Rosa contraflor al resto Luxemburgo, el internacionalismo proletario... es, dialécticamente, la multiplicación exponencial de todos los nacionalismos antiimperialista. Comprende, regionalista, el mundo y lo transforma globalista. Dialécticamente duda de todo, tranquilo, en su habitación, a la vez que se agita nervioso, con hormigas en el culo y moscas en la conciencia, "sintiendo en propia mejilla el golpe dado en cualquier mejilla" (Guevara).

El globalismo dialéctico, ermitaño con Lao-Tsé, proletario antiimperialista con Lenin, multipolarista hoy con Xi Jimping, está ganando la globalización, llevándola al postimperialismo.

Entonces es el momento Marvel de patear el tablero o sacudir el tapete: la bomba sucia.

Sergéi Shoigú, ministro de defensa de Rusia, les avisa a sus homólogos de EEUU, Francia, Reino Unido y Turquiye, que Kiev está armando una bomba sucia para falsear con bandera rusa un ataque radioactivo. Washington y Londres dicen no creerle, dicen creerle a Zelenski que atribuye la bomba sucia a un ardid ruso para provocar una escalada nuclear.

Este martes, Biden, urgido por el congreso a negociar más abiertamente con Rusia, dice “no sé si es una bomba de falsa bandera, pero sería un enorme error de Rusia”.

El jueves Putin le contesta desde el foro de Valdái: “Occidente lleva a cabo un juego sangriento, peligroso y sucio… niega la soberanía de los países y de los pueblos, su identidad y singularidad, y no valora los intereses de otros Estados… intenta establecer "una sola regla" para que "las autoridades globales puedan vivir sin ninguna regla".


LA PROPUESTA FONTANARROSA

China ya estaba ganando la globalización con creces, alcanzando el PBI de USA y superándolo por paridad de poder adquisitivo, desde el mísero punto de partida de la China colonial (el país más pobre del mundo en 1949) y sin jugar al póker. Los chinos juegan al go. Nada de azar.

El go es un juego de estrategas periféricos. Comienzan las piedras negras eligiendo alguna esquina del tablero. Consiste en rodear, cercar y capturar las piedras del rival, mientras se abroquelan las propias. ¿Por eso Seguéi Gláziev, el economista de Putin que trabaja con China en la moneda keynessiana “bancor 2.0”, desprecia la teoría del centro euroasiático del Heartzland de Mackinder, en que se basa toda la geopolítica anglosajona?

Xi aumentaba su ventaja de jugador, a medida que Donald Trump se encerraba en sus torres e Inglaterra pierde la reina (me refiero a Liz Trust). Desde el primer Davos posterior al proteccionismo trumpista (“vuelvan todos los capitales a EEUU y quédense tranquilos en su habitación”, ordenó Trump y ninguno le obedeció), Xi se presentó al mundo paladín del libre comercio y la libertad de mercado. Su ruta de la seda a marcha tren bala, con su ganar-ganar de tiempos de Marco Polo. Y hoy los industriales alemanes se fugan a producir a Rusia, donde el gas es más barato y están más cerca del mercado chino.

Los sospechosos habituales sabotearon una partida de 2700 Volkswagen el 12 de agosto de 2015 con una enorme explosión en el puerto de Tianjin, uno de los más grandes del mundo, en el noreste de China, anticipando el atentado a los Nord Stream y el secuestro en Buenos Aires del avión venezolano que transportaba autopartes VolksWagen. Fuegos a la hora de jugar. ¿A dónde creen que pueden ir por ejemplo BASF, Siemens y desde Londres BMW? Quienes apostaron que Liz duraría entre 40 y 50 días, tienen el boleto ganador y la respuesta. Berlusconi también: ENI, la energética italiana, no se suelta del Turkstream.

Bajo el lema “Chau Alemania: Fuck Europe: Primero América” (América es una antigua marca de algún maya o de Vespucio, a quien todavía los yanquis le adeudan el copyright), el Pentágono le echó todas las culpas a Rusia, acusándola de jugador con ventaja, por haberle visto las cartas, o sea: por no haberle creído que misiles a tres minutos de Moscú y el Donbass arrasado por el batallón Azov no la amenazaban, después de haberle creído durante treinta años las promesas de que nunca jamás seguiría expandiéndose la OTAN hacia el este. Pero los rusos tampoco juegan al póker. Juegan al ajedrez.

Un detalle importante: las computadoras tardaron veinte años más en ganarle al campeón mundial de go que al campeón mundial de ajedrez. Si un chino o un vietnamita hubiese creído promesas yanquis se cuidaría de pasar por la vergüenza de confesarlo. Pero Rusia, para conocerlos, tuvo que esperar a que le cayeran al Kremlin de asesores de Yeltsin.

Hoy a Rusia le sirve hacer tablas tres semanas en Ucrania, porque el istatiempo la favorece (luego llega el invierno), un armisticio de hecho al que llaman “estancamiento estratégico. A EEUU, a su vez, no le sirve que Alemania se vuelva gaullista, con la propuesta de Merkel “seguridad paneuropea que incluya a Rusia”, pero les sirven a ambos las sanciones (que en realidad lo son de EEUU a Europa; no a Rusia). Rusia se forra de petroyuanes y gasirublos mientras EEUU mitiga su inflación al 9 %.

Las calles de Francia, Alemania, Grecia e Italia incrementan la unidad en la movilización desde Melanchón a Le Pen. Y ya lo dijo Nicanor Parra: “la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”. Dicho desde un “centro” tan supuesto cual “izquierda” o “derecha” concertacionista chilena, pero para el caso francés, y para tantos otros, verdad al fin: los soberanistas unidos derrotan al cipayo.

Para metaforizar el actual juego entre Chinorrusia, EEUU y Lula, me sirve el tute cabrero. El multipolarismo está esperando el domingo. En homenaje a mi padre y al Club Calabrese que estaba frente a casa (cada tribu puede identificarse con un juego y en el club se jugaba al tute). Mi hermana es testigo que nunca pudimos ganarle al viejo un tute remate con comisario.

EEUU cantó veinte en bastos de oportunidad. Aprovechó el desplazamiento de Merkel y la continuidad de Macron, para torpedear los acuerdos de Minsk y rearmar el envión final de la ofensiva contra Lugansk y Donesk. Fue la victoria táctica de aplazar el eje Beijing-Moscú-Berlín, pero después cantó las cuarenta que no tenía, el boicot a Rusia. Perdió el juego, porque sólo Europa acompañó el boicot, suicidándose.

Putin, gasífero, petrolero y alimenticio, juega en oros contra la OTAN, el uno, el tres, las negras, hasta hacerle entregar todos los otros ases, luego de naipes valiosos…

Antes quien jugaba a hacer capote era Soros, reseteando el globalismo para mayor lucro financierista (“el gran reinicio”), liquidando a Xi, y a Putin por elevación, con un providencial coronavirus y su transitorio período de nacionalismos defensivos obligados, porque los pueblos requieren de sus estados nación paradigmáticos ante una epidemia, pero Xi, en la última baza jugó un naipe indiferente de inesperada salida rápida del virus, y lo mantiene en Covid 0 porque si no le entra nada, no le entra el virus étnico con código genético, que Vasili Nebenzia el miércoles denunció formalmente en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Esa defensa se llama “doctrina militar de guerra de todo el pueblo” aplicada a la guerra híbrida, en su índole biológica.

Cuando termine la guerra, cuando volvamos al juego, China gana a más porque va a seguir dirigiendo la globalización postimperialista, ya ahora, a marcha cohete lanza satélites y a menos no gana nadie porque Soros propuso en el foro de Davos jugar con comisario.

Si Biden y Soros deciden seguirle la bomba a Zelenski, no hay nada que pueda impedir el holocausto. Entre potencias nucleares es mentira que si uno no quiere el otro no puede.

Pero por si el optimismo de la voluntad triunfa, la idea de Roberto Fontanarrosa (en “El área 18”), de jugarnos al fútbol las deudas externas, está vigente para el mes que viene en Catar. El globalismo por excelencia, “porque el mundo es una globa que se vive a flor de pie” (Manu Chao, “La vida tómbola”).

Autor: Joselo Olascuaga

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