¿Para qué y para quiénes escribió Arismendi?
Eso en primer lugar. Porque a menudo se percibe alguna renuencia a emprender el abordaje de su obra de modo personal y directo, como si sólo los especialistas pudieran hacerlo. Esa actitud, reforzada por cierta mitificación del personaje y una dosis de timidez intelectual, no refiere sólo a Arismendi sino a la teoría en general.
Es cierto que el intento demanda trabajo, tiempo y esfuerzo; quizás también luchar con un texto. Pero nada sustituye la propia digestión de las ideas, el diálogo y hasta el debate con el autor, las preguntas que le hagamos y las respuestas que encontremos, o no, desde el presente y nuestra circunstancia. Es la lectura y relectura, es ese diálogo indelegable, lo que confiere vitalidad a una obra, confirma su vigencia y su fecundidad, como “guía para la acción”, entendida en la dialéctica de teoría y práctica, lo que excluye reducirlo a un cómodo recetario, y asimismo como escuela de pensamiento.
Leyendo a Arismendi aprehendemos el análisis de una situación concreta, la elaboración de la táctica, las exigencias metodológicas y la consecuencia con principios políticos y también éticos.
Esa concepción de la unidad dialéctica de teoría y práctica hace que Arismendi, como los teóricos mayores del marxismo, no escribiera para la academia ni los debates de tertulia.
Los destinatarios de su reflexión son los militantes, los luchadores sociales y, en general, las “clases trabajadoras”, las “grandes masas”. Aún cuando el discurso se dirija a intelectuales, estudiantes, artistas, no se restringe a ellos: el significado de las alianzas sociales y políticas, del papel de la Universidad,del arte y la ciencia, debe ser comprendido por los comunistas y por el conjunto del movimiento popular, situándose siempre en una perspectiva revolucionaria y un punto de vista de clase, proletario.
Trabajos como el Informe a una asamblea de intelectuales comunistas y amigos, de 1948, o Encuentros y desencuentros de la universidad con la revolución, de 1965, la ponencia ¿Qué hacer por amor al arte?, de 1988, eran difundidos por los medios partidarios y demuestran la constancia de su preocupación por esta problemática, en momentos históricos y condiciones socio-políticas muy disímiles.
"La diferencia más ostensible entre el doctrinarismo y la dialéctica marxista consistirá siempre -si hablamos del plano político- en que los planteamientos teóricos de un marxista se llevan a cabo con vistas a transformarse en fuerza combativa, sólo posible por su penetración en las masas. Ello no quiere decir que las tesis teóricas o el plan estratégico puedan subordinarse a las exigencias de este u otro aspecto de la táctica".1
Para Arismendi la labor intelectual no corresponde exclusivamente a los profesionales que, como predica el diablo tolstoiano, “trabajan con la cabeza”. La división del trabajo en intelectual y manual, en teórico y práctico, es ajena al marxismo y al primer pensamiento socialista. Dice Arismendi: "...la perentoriedad de descarnar el contenido objetivo de la revolución, [...] identifica, de cierto modo, al revolucionario proletario con el investigador".2
La comparación con Gramsci es tentadora y merecería un examen particular. Pero es claro que ese carácter del militante deriva de los imperativos del marxismo, de la adopción consciente de una concepción filosófica. Es bueno recordar a Lenin, al que Arismendi siempre consideró su maestro.
La tan conocida frase del ¿Qué hacer?, “Sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario”, forma parte de un alegato contra el eclecticismo y el pragmatismo, contra el desprecio por el desarrollo teórico, que reclama afinar los conceptos y el análisis “hasta en los matices”.
El partido como educador
Arismendi señala con fuerza el papel educador y autoeducador del partido "...como unidad de teoría,práctica y organización. La fragmentación de estos tres elementos, inseparables, pero no reductibles uno en otro, afecta la naturaleza y la función del partido".3
Por tanto, el estudio, la formación teórica son tareas imprescindibles del militante y del partido, que podemos entender como intelectual colectivo. "El Partido es educador y autoeducador: no sólo en el sentido de que promueve la experiencia de las masas y aprende de ellas, sino en el sentido de la necesidad de la discusión política e ideológica permanente; y de la preparación teórica, que no puede nunca ser hija de la espontaneidad o librarse a la voluntad individual".4
La exigencia no se limita a la información: incluye el elemento activo. En este sentido la función pedagógica del "intelectual colectivo", debería incluir los espacios no sólo para investigar sino para elaborar con libertad creadora, pero con rigor crítico y metodológico, así como un conocimiento profundo no sólo de la elaboración marxista a lo largo de la historia, sino de la historia misma.
Aunque los textos arismendianos son complejos en sus contenidos y demuestran una erudición considerable, su estilo es directo y vital, con un lenguaje culto, pero llano y sencillo, nada inaccesible, matizado con expresiones populares y un recurso permanente al humor y la ironía.
Más allá del temperamento personal, el estilo está de acuerdo con el carácter y los fines de un dirigente que se quiso un “revolucionario profesional”, en la tradición comunista que suele evocar. El objetivo era socializar eficazmente una concepción teórica y política: era la propaganda militante, en el alto sentido que da Rodó a esas palabras.
Inaugurando la biblioteca de la Casa de la Cultura del PCU, en 1987, Arismendi defiende “la nobleza misma de la gran divulgación” y de la propaganda, “cuando es auténtica”. Y hace suyas las palabras de Gramsci, que alguna vez dijimos que proporcionaban la óptica más justa para apreciar la obra de Arismendi: “Que una masa de hombres sea llevada a pensar coherentemente y de modo unitario el presente real y efectivo, es un hecho 'filosófico' mucho más ‘importante y original' que el descubrimiento, por parte de un 'genio' filosófico, de una nueva verdad que se convierte en patrimonio exclusivo de pequeños grupos de intelectuales”.5
Por supuesto existió la elaboración colectiva en el PCU, y no fue menor que en la concreta práctica política, aún con errores e insuficiencias, con la dirección de Arismendi, el partido actuara, en lo esencial, consistentemente con una orientación teórica y fuera capaz de desplegarla con independencia de clase.
Porque la socialización de ideas no se logra sólo con escritos y conferencias, sino por la experiencia de las masas y su actividad. La educación y autoeducación del partido, la capacidad de elaboración teórica y política de sus integrantes habilita la participación efectiva y directa en la conducción del colectivo, la verdadera democracia interna. Sin ella, según Gramsci, se cae en una relación de tipo fetichista: el individuo ve el organismo al que pertenece como “una entidad extraña a sí mismo” con la que se identifica en forma verbal y pasiva.
Es interesante como Gramsci relaciona esta fetichización con la “concepción determinista y mecánica de la historia”, en la que los hombres son objeto de leyes y fuerzas extrahumanas. En cambio, para Marx y Engels, los hombres son sujetos del proceso histórico, pues “la Historia no es sino la actividad del hombre que persigue sus objetivos”.6
Los principios: la política y la ética
Antonio Bermejo Santos valora la obra de Arismendi como una “legítima continuación del paradigma marxista clásico”, en tanto expresión “del vínculo estrecho entre la opción ética y los recursos conceptuales”. Esa opción ética radica, en lo individual, en la autenticidad de la construcción de una “vida con sentido, la vida con ideales, de la vida entregada a una gran causa (…) donde lo fundamental es que uno pueda mirarse, ser fiel a sí mismo, a través de los errores que sin duda cometimos” en la lucha por “doctorarse de hombre”.7
En el terreno de lo colectivo, de la política, el nexo con la ética proviene de la fidelidad a los principios, en promover la defensa de ideas y valores. La unidad, que sigue siendo percibida como valor fundamental por la izquierda, podía parecer irrealizable a comienzos de los ’60 y no había consenso de que fuera una necesidad superior.
El internacionalismo y la solidaridad fueron factores movilizadores y organizativos en Uruguay; integraron la conciencia social -política y ética, intelectual y afectiva- en épocas diversas: la defensa de la revolución rusa, de la República española, de Cuba, de Vietnam. Propiciaron la unidad de las fuerzas populares, pero no eran tendencias naturales ni espontáneos altruismos y, de hecho, su influjo se ha visto debilitado en el período posterior a la dictadura.
El concepto de principios tiene una acepción intelectual pero también moral. En el primer aspecto son, dice Engels, los resultados finales de la investigación, “son verdades en cuanto concuerdan con la naturaleza y con la historia”. (Anti Dühring)
Por eso Arismendi plantea como primer supuesto metodológico del análisis marxista “el estudio concreto de la base material, es decir, los datos objetivos del desarrollo social”, que deben ser estimados en el contexto internacional y desde un punto de vista histórico concreto.
En el aspecto moral, hacen a la formación de la conciencia y la afectividad: es el sentir con el otro, y supone, como bien dice Pérez Aguirre, la capacidad de indignarse ante la injusticia y la opresión. Ese componente afectivo es reconocido por Arismendi: “No queremos que se diga de nosotros lo que se dijo de un gran revolucionario: luchaba por el pueblo pero no lo amaba. Nosotros luchamos por el pueblo porque lo amamos profundamente y somos parte de él”.8
Esta frase, que puede parecer trivial, expresa la distancia del revolucionario con el filántropo. Éste puede ayudar a los pobres, a los oprimidos, incluso con gran sacrificio personal. Pero los mira desde afuera, son los otros. El revolucionario se incluye a sí mismo en un nosotros. Quizás nadie lo expresó con mayor profundidad y belleza que Gramsci: “...la filosofía de la praxis (...) es la conciencia plena de las contradicciones a través de las cuales el filósofo, entendido individualmente o como grupo social entero, no sólo comprende las contradicciones, sino que se coloca a sí mismo como elemento de la contradicción, eleva este elemento a principio de conocimiento y, por lo tanto, de acción”.9
Arismendi definió la solidaridad no sólo como un deber internacionalista sino como una tarea estratégica, en el marco de la unicidad de la revolución continental y mundial. “Nuestra causa es inseparable del destino del mundo (...) Por ello crece la importancia histórica de América Latina (...) cada combate por su liberación, cada guerrillero que dispara su fusil, cada obrero que va a la huelga y reclama más pan, cada campesino que lucha por su tierra (...) está golpeando al agresor de Vietnam. (...) A medida que avance el proceso, más se planteará a cada pueblo el gran dilema que es la piedra de toque en la cuestión de la solidaridad: ser base de agresión o campo de lucha”.10
En la perspectiva revolucionaria la opción política es a la vez opción ética.
Fragmento de artículo publicado en El Popular, en ocasión del centenario del nacimiento de Rodney Arismendi. 2013
1 R. Arismendi. Lenin. la revolución y América Latina. EPU. Montevideo. 1970. P. 206
2 R. Arismendi. Problemas de una revolución continental. Fundación Arismendi-Grafinel. Montevideo. 1998. T II. P. 155
3 R. Arismendi. Vigencia del marxismo- leninismo. Grijalbo, México.1984. P. 117
4 R. Arismendi. Lenin, la revolución y América Latina. Ob. cit. P. 89
5 R.Arismendi. Sobre la enseñanza, la literatura y el arte. EPU. Montevideo. 1989. P. 31
6 La Sagrada Familia. En Marx-Engels. La Sagrada Familia y otros escritos filosóficos de la primera época. Grijalbo, México, 1983. Pág. 159. Énfasis del autor.
7 Ibídem. P. 17
8 R. Arismendi. Sobre la enseñanza la literatura y el arte. Ob. Cit. P. 22
9 A. Gramsci. El materialismo histórico y la filosofía de B. Croce. Juan Pablos Editor, México, 1975. Pág. 99
10 Discurso en la Conferencia de la OLAS. 1967. Estudios No. 44. P. 33ss