Las cifras que se representan en el gráfico muestran que el empleo y los salarios suben o bajan paralelamente, por lo que no se puede esperar que una reducción del salario aumente el empleo. Para que aumente el número de personas que trabajan es necesario aumentar la demanda interna y compensar el estancamiento de la demanda externa.
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En una primera aproximación al gráfico adjunto se aprecia que desde 1986 –primer año considerado– hasta 2019 –último año del período– tanto el empleo medido por el número de personas que trabajan como el salario real medido con el índice medio de salarios dividido por el índice de precios al consumo aumentaron significativamente. El número de personas ocupadas aumentó 43,8 por ciento y el índice medio de salario real aumentó 39,9 por ciento, porcentajes que muestran un claro paralelismo en la evolución de ambas variables.
Estas tendencias de largo plazo que se observan en el transcurso de 34 años presentan también algunos años de descenso. El empleo descendió desde 1998 hasta 2003 y el salario real desde 1999 hasta 2004. También en el descenso el empleo y el salario real son paralelos y además, primero baja el empleo y un año después el salario.
Fuente: INE. Estimaciones y proyecciones de población 1950 – 2050 rev. 1998 y Estimaciones y proyecciones de población 1996 – 2050 rev. 2013. INE, Tasas de ocupación país urbano hasta 2005 y total del país desde 2006. INE, Índice Medio de Salario Real
Para explicar por qué el empleo y el salario real aumentan o descienden paralelamente, y no en sentido contrario, como proponen los voceros de las clases dominantes, es necesario recurrir al nivel de actividad económica medido por el producto bruto interno (PBI). En el período en el que el PBI creció, el empleo y el salario real también crecieron; por el contrario, cuando el PBI se contrajo, desde 1999 hasta 2003, el empleo y el salario real también se contrajeron. En el período 1999-2003 cayeron el empleo y el salario real, al mismo tiempo que el número de trabajadores despedidos aumentaba hasta niveles sin precedentes, a pesar de una importante emigración que reducía la oferta.
En el período 2005-2014 en cambio, se observó una acelerada reducción de la tasa de desempleo y de los empleos de mala calidad, un aumento del número de trabajadores, un saldo migratorio positivo (ingresaban más personas a residir en el país que las que egresaban) y un aumento de los salarios reales. Esto ocurrió en el contexto de un mercado de trabajo que los neoliberales consideran más rígido por una regulación creciente, la duplicación de la tasa de sindicalización y la fijación de todos los salarios mínimos por categoría en los consejos de salarios.[1]
Verso a verso
Las propuestas que expresan los intereses del capital se presentan como científicas o técnicas por los economistas de las consultoras que lo asesoran. Coinciden en la reducción del déficit fiscal contrayendo gastos para detener el aumento de la deuda pública así como en comprimir los aumentos de salarios para reducir la inflación y ganar competitividad. Estos economistas hacen propuestas fundamentadas en el interés general, ninguno asume representar los intereses del capital pero sus propuestas son coincidentes y benefician al capital.
En Uruguay el aumento de la tasa de desempleo en períodos de crecimiento repitió en el ámbito nacional la polémica sobre el papel de las regulaciones, las organizaciones sindicales y las políticas públicas. Fundamentos de la necesidad de flexibilizar el mercado de trabajo para lograr mayores tasas de crecimiento y de empleo se encuentran en Forteza y Rama (2001)[2], dos brillantes economistas nacidos en el Uruguay que sirven al Banco Mundial. Las conclusiones principales son que las reformas económicas son exitosas cuando los mercados de trabajo son flexibles, que la rigidez hace más lento el crecimiento y la recuperación de la recesión, (2001:22); se considera que la rigidez del mercado de trabajo es el resultado de la mayor sindicalización y del empleo público (2001:30). Consideran que Uruguay tiene el mercado de trabajo más rígido de América Latina y Chile el más flexible, mientras que USA presenta el más flexible de los países industrializados (2001:18).
Estas conclusiones no sobrevivieron a la crisis que comenzó en 2008 en los Estados Unidos. Chile creció menos que Uruguay durante 2005-2009, este último año cayó el PBI un 2% y aumentó el desempleo, mientras que en Uruguay el PIB creció y aumentó el número de personas trabajando. Los Estados Unidos presentaron los impactos más profundos de la crisis sobre el mercado de trabajo y requirió una creciente participación gubernamental inyectando dólares para apoyar a los bancos y otras instituciones financieras.
En el período 2015-2019 se aprecia un aumento del 7,8 del salario real y un descenso del 3,2 por ciento del número de personas que trabajan, variaciones que se explican por un cambio en la composición del PBI, por que bajan actividades que generan muchos puestos de trabajo. La mayor parte de las actividades se estancaron; los principales descensos se encuentran en la construcción (14,7 por ciento) y el comercio (4,3 por ciento); el principal aumento se observa en las actividades de transporte, almacenamiento y comunicaciones (37,1 por ciento).
Con la reducción del número de personas que trabajan desde el máximo en 2014 hasta 2019, el economista Ignacio Munyo, de la Universidad de Montevideo, retomó la ofensiva ideológica contra los derechos de los trabajadores. Destacó el aumento del salario real como causa de la reducción del número de personas ocupadas, a lo que se sumaría la automatización, la percepción de los empresarios sobre la rigidez de la regulación laboral y los altos costos laborales.[3] No tuvo en cuenta que con la pronunciada caída de la inversión privada no pudo implementarse ningún cambio tecnológico ni que las mismas «rigideces» y los «altos costos laborales» estuvieron presentes desde 2004 hasta 2014 y no impidieron el crecimiento simultáneo del número de personas que trabajan y el salario real.
Para explicar la reducción del número de personas que trabajan y el aumento del número de personas desempleadas desde 2015 hasta 2019 se deben tener en cuenta cuatro factores: en el quinquenio el ritmo de crecimiento de la actividad económica se redujo a 6,6 por ciento, muy inferior al de los diez años previos; cambió la composición del PBI por una reducción de las actividades intensivas en mano de obra y expansión de actividades intensivas en capital; se redujo el nivel de actividad de las pequeñas y las medianas empresas (en particular, en el comercio), que son las que crean más puestos de trabajo, y que la inversión pública se redujo un 29 por ciento y la inversión privada, un 25 por ciento[4].
Para explicar los cambios en los indicadores del nivel de empleo es necesario tener en cuenta: a) el nivel de actividad económica, que al aumentar requiere más trabajo y al descender, lo opuesto; b) la relativización de esos indicadores por los cambios tecnológicos ahorradores de insumos y, entre estos, de mano de obra; c) qué actividades económicas y qué tamaño de empresa aumentan o reducen su nivel de actividad; d) la capacidad de los trabajadores de adaptarse a nuevas condiciones; e) que el Estado, con políticas activas y programas de empleo transitorio, puede reducir el desempleo.
El futuro marrón
Según la coalición marrón de gobierno es necesario bajar el salario para que aumente el empleo, un prejuicio que las clases dominantes quieren vender como algo «científico» para aumentar sus ingresos, apoyadas en un enfoque teórico predominante en las universidades del hemisferio norte y sus filiales del sur, que supone que existe un mercado de trabajo que opera igual en Alemania que en la República Democrática del Congo, en Sri Lanka o en Bolivia.
Mauricio Macri comenzó su gobierno planteando la misma alternativa y terminó ni ni: ni aumentó el empleo ni aumentó el salario; por el contrario, ambos descendieron. En nuestro país el tema no es nuevo: se debatió durante la dictadura y hace 35 años Brecha le daba espacio a un punto de vista en esta polémica.
Para mejorar el nivel de empleo no se precisa recortar los derechos de los trabajadores; se debería promover la demanda interna en actividades y empresas que generan más empleos. Por ejemplo: colocando 1.000 millones de dólares en deuda pública para financiar un plan de vivienda popular; invirtiendo otros 1.000 millones para que el Instituto Nacional de Colonización aumente la compra de tierras para entregar a colonos y aspirantes; aplicando cambios en la gestión del Banco República para que implemente créditos a menores tasas de interés y mayores plazos para las actividades y las empresas que generan más puestos de trabajo; adoptando cambios en la gestión de la Ley de Promoción de Inversiones, priorizando a las pymes; creando, en esta situación de recesión, un fondo con el objetivo de generar empleos transitorios y proveer de recursos a familias de bajos ingresos, ejecutando obras de su interés.[5]
La otra posibilidad es esperar la recuperación del crecimiento de China y que como ocurrió durante la última década, arrastre a la economía de todo el mundo contribuyendo a que en Uruguay las exportaciones superen el estancamiento y el nivel de actividad económica recupere el crecimiento.
[1] Véase: Notaro, J. (2019). Economía para militantes, págs. 117-119.
[2] Forteza, A. y Rama, M. (2001) Labor Market rigidity and the Success of Economic Reforms across More than 100 countries The World Bank PRWP 2521.
[3] Munyo, I. (2018). El País, 6 de julio, pág. 11.
[4] Banco Central del Uruguay, producto interno bruto por industrias, precios constantes de 2005: https://www.bcu.gub.uy/Estadisticas–e–Indicadores/Cuentas%20Nacionales/presentacion05.htm.
[5] Notaro, J. (1986). «Salario, empleo y prejuicios. El análisis de un lugar común», Brecha, 17 de octubre, pág. 7.