Si algo demostró la total incapacidad de la monarquía francesa frente a las demandas populares que condujeron a la revolución fue la frase atribuida a María Antonieta, ¡Que coman pasteles!. Desde su aislamiento palaciego era incomprensible (o directamente no le interesaba) que el pueblo exigiese pan. El precio que pagó esa monarquía aislada y decadente fue su propia cabeza.

A ciertos sectores de la izquierda les sucede lo mismo; no sintonizan con las demandas populares, demandas que incluso pueden presentarse a veces con un lenguaje reaccionario. Aisladas en sus palacios de gestión eficientes, no toman en cuenta lo que sucede hasta que pasa, y luego culpan a esas mismas masas de desclasadas, torpes y desleales.

Se preguntan compungidas, "¿Cómo si les dimos derechos, escuelas, hospitales, salarios, votan a la derecha?".

La respuesta para esta postura política es fácil: estas capas bajas - a las que además consideran atrasadas política y culturalmente - ascienden socialmente, entonces seducidas por los mass media y el consumo, se piensan burguesas y se vuelven reaccionarias, instalando de esta forma un círculo dilemático, dado que cualquier mejora en la vida de la gente inevitablemente conduce a la derechización popular. Entonces de ahí la alternancia y la certeza del castigo que estas masas recibirán por su conducta pecaminosa de la mano de la derecha, la harán retornar a la sensatez y el apoyo a la izquierda.

Este pensamiento absurdo se ha instalado en parte de la izquierda y se difunde, cual catequesis pagana, por redes, WhatsApp, memes y demás elementos posmo tan de moda. (Nunca en una asamblea).

No se dan cuenta que el error primordial es justo en el "les dimos".

Al suplantar el necesario empoderamiento de las masas organizadas; esto es ensanchar la base de la población políticamente activa, por un conjunto de burócratas convencidos que hacen lo mejor para el pueblo -sin que este participe- se terminan suicidado producto del aislamiento.

Desconocen que los cambios se hacen con las masas o no se hacen. Temen a su vez que producto de la participación popular la clase obrera genere elementos de doble poder que profundicen los cambios, más allá del control burocrático.

Estas burocracias tecnocráticas, representantes de las capas medias vacilantes, partiendo de una concepción aristotélica (1) de la política entienden que la democracia extrema es un problema y un peligro, por ello a la postre prefieren una restauración de derecha, al jacobinismo revolucionario, procuran una república equidistante entre la aristocracia y la democracia.

Sin dudas esto tiene fundamento en una actitud pedantesca y desconfiada de los sectores populares, una actitud propia de seudointelectuales, que temiendo a la clase obrera real, contradictoria, conjuntamente alienada y revolucionaria, la suplanta por una construcción ideal y siempre en el pasado sacada de algún cuadro del realismo socialista.

Desconfianza y miedo, a esas clases que son políticamente incorrectas y que cuando se organizan lo quieren todo, como en las huelgas italianas de Fiat. (2)

Estas capas medias son producto del rol que ocupan en el sistema de producción. Vacilan entre su auto justificación mediante el éxito, a partir del su esfuerzo y la inminencia de su proletarización.

Oscilan entre un ideal de justicia, subjetivamente alcanzado, su acción altruista, mayormente paternalista, y su incapacidad de ver en el trabajo manual más o menos calificado su igual. Mucho menos de reconocer en este, el intelectual orgánico colectivo que se constituye como clase, que se transforma en la fuerza motriz principal de la revolución.

Su vacilación la lleva, a querer mejorar el capitalismo sin destruir las relaciones capitalistas de producción. Estos sectores en última instancia y asumiendo una postura reformista, (no reformadora, que es otra cosa) procuran mantener un modo de producción -y su realización como ideal institucional-, que se basa en la apropiación privada de la riqueza socialmente producida.

Para ello, la explotación debe ser mediatizada por la acción del Estado; generando cierta redistribución del ingreso disponible, que al tiempo que aumente la demanda permitiendo la continuidad del crecimiento económico y el aumento del empleo; genere una socialización superadora de la lucha de clases.

Incluso buscan honestamente convencer a las clases explotadora que este capitalismo Utópico -en el sentido de irreal, no de meta movilizadora- las beneficiará permitiendo el crecimiento y evitando las crisis.

Desconocen o quieren negar que son las propias contradicciones múltiples del sistema capitalista, que torna a las crisis como un elemento necesario e inherente al sistema. Permitiendo incluso la centralización y concentración del capital y que en su fase imperialista abarca al conjunto del sistema mundo.

Si bien el Estado es un ámbito privilegiado para la lucha de clases, fundamentalmente en su nivel político, no es posible olvidar que se crea con el surgimiento del excedente económico y que su fin es garantizar la coexistencia pacífica en una sociedad esencialmente violenta, al estar dividida en clases y donde la mayoría de la población debe vender más de un tercio de su vida para poder satisfacer sus necesidades de reproducción de su existencia. Eso que técnicamente definimos como empleo o venta de la fuerza de trabajo, pero que en la realidad es un hecho de extrema crueldad objetiva y subjetiva.

Por ello construir una sociedad diferente y una cultura diferente implica la realización de una democracia de nuevo tipo. Esa democracia temida por Aristóteles, donde los más y los más pobres en realización de su libertad, superaran la ley de los menos y más ricos, por una nueva ley que sería contraria a la de éstos.

Lenin muchos años después decía que el socialismo era electrificación más poder soviético.

Esto es el desarrollo de las fuerzas productivas y la constitución de una democracia de nuevo tipo en un Estado de nuevo tipo. Una democracia de obreros, campesinos, soldados e intelectuales.

Si admitimos que sólo la práctica política es capaz de construir un sujeto colectivo transformador, que sólo la práctica política es capaz de realizar un proceso autónomo de reconocimiento de su identidad y rol que permita a la clase obrera como clase en y para sí, admitiremos que cualquier forma de sustitución de esta experiencia está condenada al fracaso.

Por otra parte un cambio radical como el planteado no es posible sin resolver la base material que garantice elevar la calidad de vida de la población y la satisfacción de sus necesidades pasando del reino de la necesidad al de la libertad y para ello es imprescindible el desarrollo de las fuerzas productivas.

Está claro qué, lejos de cualquier visión infantil, en el mundo actual implica asumir compromisos con el capital.

Está claro que ello implica permitir la acumulación capitalista, con limitaciones y regulaciones, siempre dentro de un plan de desarrollo independiente a largo plazo y procurando una integración internacional diferente.

Pero también está claro sin asumir la responsabilidad de crear una nueva institucionalidad democrático radical es imposible la continuidad de un proceso político de voluntad emancipadora.

Si el modelo de sociedad que nos planteamos, supone que la felicidad de las masas pasa en constituirse en ordenados consumidores, que sumisos y alienados procuran rebajas, mientras otros, con las mejores intenciones gestionan su vida y su libertad tendremos una sociedad idiotizada. (3)

Debemos poner en primer orden el hacer común, sobre los problemas comunes que afronte la comunidad.

Si en lugar de asumir que la autoridad cesa ante la presencia soberana y que es imprescindible fortalecer una vez y otra también esa presencia soberana, si el grito revolucionario es festejen uruguayos festejen, siempre tendrá lugar la valentonada fascista de se acabó el recreo.

 

 

 

(1) Aristóteles negaba la democracia en tanto la entendía como el gobierno libre de los pobres que son los más y que tarde o temprano impondrían su voluntad a los ricos y mejores. Por ello propugnaba, la República, como punto intermedio entre la aristocracia y la democracia evitando la tiranía del pueblo y su libertad ilimitada.

(2) En 1969, en Italia, en la Fiat se quiebra en parte en dominio del capital, y rechazo al trabajo capitalista, bajo la consigna "lo queremos todo".

(3) Los griegos llamaban idiotes a las personas que se preocupaban por sus negocios individuales, sin participar en el ágora, en los asuntos comunes, de ahí surge la palabra idiota.

Autor: Diego Alonso

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