Por: Alberto Prieto Rozos
Fuente: CubaDebate
El 26 de julio es una de las grandes fechas revolucionarias en la historia. Para América Latina, el ataque al Cuartel Moncada en Cuba significó lo que la Toma de la Bastilla en Francia representó para Europa. O lo que el Asalto al Palacio de Invierno en Petrogrado fue para el inmenso y heterogéneo imperio zarista. Aunque realizadas por escaso número de hombres, dichas gestas se convirtieron para cada una de las tres regiones, en símbolos que anunciaban el inicio del fin de una época. En todos los casos, las estructuras de los viejos regímenes crujieron ante el empuje de las nuevas fuerzas sociales.
En Cuba, donde Estados Unidos había inaugurado su dominación imperialista medio siglo antes, la sociedad estaba en crisis. La avanzada Constitución de 1940, engendrada por las clases y sectores sociales que impulsaran la frustrada Revolución del 33, fue quebrada por el golpe de Estado militar acaudillado por Fulgencio Batista, en 1952. De inmediato Fidel Castro acusó al dictador ante un tribunal, sin consecuencia legal o práctica alguna. Al año, convencido de que los partidos tradicionales no realizarían acción significativa alguna contra el tirano, el joven abogado decidió nuclear grupos combativos de avanzada que impulsaran la lucha general opositora.
Fue así como se estructuró la llamada Generación del Centenario del Apóstol (José Martí), que elaboró un plan de ataque al principal cuartel de la zona oriental. Pensaban tomar dicha fortaleza, sublevar Santiago y el resto de la provincia para exhortar a la huelga general en todo el país, con el propósito de aglutinar fuerzas contra los aliados internos del imperialismo estadounidense. Si el asalto fracasaba, planeaban replegarse a la Sierra Maestra y allí iniciar el combate guerrillero.
Fidel Castro y un selecto grupo de revolucionarios atacaron el Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, en una acción que no triunfó. El ejército asesinó a decenas de participantes y el propio Fidel fue capturado en marcha hacia las vecinas montañas. Después se le sometió a una farsa judicial, en la que el joven revolucionario inició el proceso de convertir su revés en victoria; en el amañado juicio acusó al tiránico e ilegal régimen y expuso su alegato programa conocido como “La Historia me absolverá”. En éste, demostró conocer el contexto material en que se desarrollaba la vida de los cubanos, así como sus conflictos y contradicciones. También evidenció los anhelos de la ciudadanía y su moral, nutrida de la idiosincrasia y psicología nacionales así como de sus tradiciones y cultura propias.
En dicha alocución, Fidel convocó a la más amplia unidad anti-dictatorial que resistiera a la tiranía y condujese al pueblo a una multifacética rebeldía, hasta lograr el triunfo. Trataba de lograr la unidad por la negación, aunque dentro de aquella unos buscasen retornar al estatus anterior, mientras otros querían alcanzar un mundo mejor mediante la revolución.
Desde la cárcel, la popularidad de Fidel Castro se multiplicó y el clandestinamente divulgado texto de su defensa se convirtió en bandera de todos los demócratas y revolucionarios, que reclamaron su liberación. Una vez amnistiado, Fidel y sus compañeros de lucha se esforzaron por emplear medios legales para oponerse a Batista, pero éste lo impidió. Entonces partieron hacia México donde fundaron el Movimiento 26 de julio, que seleccionó a un grupo de revolucionarios para que a bordo del yate Granma navegaran hacia Cuba, con el propósito de iniciar el combate guerrillero.
Era un momento crucial en la historia de América Latina, donde el panorama resultaba desolador. Se encontraban agotadas las posibilidades del nacionalismo burgués en Argentina, Brasil y México, a la vez que se habían frustrado los procesos demócratas-populares en Guatemala y Bolivia. Incluso en Colombia, la sangrienta década de “La Violencia” concluyó, cuando ambos partidos oligárquicos forjaron un “Frente Nacional” que dejaba solos en los enfrentamientos a los comunistas. Éstos aplicaban todavía los preceptos de “autodefensa”, pues si se les atacaba, combatían.
Pero ante la alianza de toda la burguesía, no sabían qué hacer. No pretendían llevar la lucha a otras áreas y mucho menos tomar el poder; seguían acatando por inercia la agotada política orientada en el sexto congreso de la tercera internacional, aún después de disuelta dicha organización.
En esas circunstancias Estados Unidos convocó a una reunión de todos los presidentes latinoamericanos, para celebrar el triunfo de su hegemonía en el hemisferio. No contaban con un pequeño grupo de revolucionarios, que el 2 de diciembre de 1956, desembarcó al sur de los territorios orientales de la más grande de las Antillas.
Luego de dos años de exitosa insurgencia armada, Fidel tomó el poder y llamó a transformar las viejas estructuras del régimen vencido, en nombre de los intereses generales de la sociedad. Superaba así el antiguo concepto de “dictadura del proletariado”, sustituido por el de predominio del pueblo o amalgama multiclasista hegemonizada por los trabajadores.
Dicha alianza reflejaba la coincidencia entre los intereses de los humildes y los de la nación cubana, en vías de emanciparse del dominio imperialista. Entonces se metamorfoseó el derecho y consecuentemente las formas de propiedad, el sistema económico y las relaciones sociales.
Después los cambios en la cultura y la moral se alcanzaron mediante la participación activa de las masas en el proceso revolucionario, de lo cual la impresionante “Campaña de Alfabetización” y la defensa del país fueron grandes ejemplos.
El triunfo de los rebeldes cubanos el primero de enero de 1959, influyó profundamente en las conciencias de los más audaces latinoamericanos; se entendía que amplias perspectivas de emancipación se abrían para millones de humildes y desposeídos, cuya lucha podría terminar con la opresión. Hubo quienes de inmediato se lanzaron al combate guerrillero rural, como en Guatemala, Haití, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú y Venezuela, mientras en Colombia se reanimaba la insurgencia comunista.
En ese contexto, en febrero de 1962, Fidel Castro lanzó su trascendental Segunda Declaración de La Habana, en la cual afirmaba que el movimiento de liberación contemporáneo era indetenible en América Latina. No había transcurrido una década desde que atacara el Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, fecha emblemática de la gesta que inició la lucha por la Revolución.