Hace unos días, cuando en el Parlamento se recordaba la oscura jornada del 27 de junio de 1973, tuvimos que escuchar atónitos como el Senador Manini Ríos -el mismo que se amparó en fueros parlamentarios para no comparecer en la Justicia- decía que el Golpe de Estado fue recibido con indiferencia por el pueblo uruguayo. Además de hacer una lectura caprichosa, tendenciosa y malintencionada de la historia, el Senador miente. Lisa y llanamente, miente.
Quizás Manini Ríos haya cometido un genuino acto de sinceridad al expresar esto. Es posible que, en el Liceo Militar, donde daba sus primeros pasos en la carrera castrense, el Golpe fuese recibido con indiferencia, hasta como un desenlace natural a la situación. Quizás en los círculos sociales donde se movían (y se mueven) las familias de abolengo y poder económico y político, el Golpe haya sido recibido con indiferencia. Eso fue lo que pudo ver un joven Guido, nieto de ministro, hijo de diputado, sobrino de diputado, en las jornadas amargas de 1973. Por su clase social, y su formación, es esperable que crea que los uruguayos y uruguayas recibieron el Golpe de Estado con indiferencia, pero eso es mentira. Lisa y llanamente, mentira.
Años antes del 1973 el pueblo uruguayo ya sabía que los trabajadores organizados de nuestro país iban a resistir cualquier intentona antidemocrática por parte de las clases dominantes. “Si hay Golpe, hay Huelga” fue la consigna que aglutinó a miles de trabajadores y trabajadoras bajo la bandera de la CNT. Y, como advirtió Enrique Rodríguez, obrero y comunista, en su última intervención parlamentaria, la clase obrera no falló en el deber histórico que se había trazado.
¿Fueron indiferentes los miles de obreros que ocuparon sus lugares de trabajo, sabiendo que tras esa acción heroica venía la represión, la persecución, la cárcel, la tortura y hasta la muerte? Ante la encrucijada de la historia la indiferencia es un lujo reservado para los poderosos. Todos los demás, por acción u omisión, lo vivimos en carne propia. Y la clase obrera, consciente y organizada, pasó a la acción. De forma decidida.
Sobran ejemplos y anécdotas que ilustran la convicción y el heroísmo con el cual cada trabajador y trabajadora de nuestro país asumió sus tareas en la Huelga General, por más gris que fuese la tarea, por más peligrosa que fuese la acción. No era un juego, era jugarse el pellejo, y nuestro pueblo lo sabía. Vaya indiferencia, Senador.
La novel dictadura de civiles y militares no iba a permitir alegremente este despliegue democrático por parte de nuestro pueblo organizado. Salieron a reprimir para poder consolidar definitivamente su proyecto económico de ajuste y privatización.
Y en el marco de esa Heroica Huelga, de esa feroz represión, cae abatido Ramón Peré. Padre, estudiante, docente, esposo. Un hombre como todos, con anhelos, esperanzas, virtudes y defectos. Y convicciones. Grandes convicciones de un mundo mejor. Militante estudiantil, social y político, Ramón luchaba por un mundo más justo, más igualitario y libre. Esa convicción lo llevó a apoyar la Huelga.
Ramón estaba realizando tareas de propaganda en la esquina de Rivera y Bustamante cuando es abatido por la espalda. Fue el primero de decenas de uruguayos muertos por las manos sucias de un Estado terrorista. No conformes con segar una joven vida, la dictadura mintió en el caso de Ramón, como mintieron con Julio Castro y tantos otros. Dijeron que Ramón estaba armado, que había disparado primero, una serie de falacias que intentaran justificar la barbarie. Está demostrado, más allá de toda duda y especulación de que el relato oficial del régimen de facto es falaz. No permitamos que algunas voces que se levantan hoy en día buscando cambiar la historia, manchen el buen nombre de Ramón Peré.
Y así como mintieron, mienten. Mienten sobre la acción organizada de nuestro pueblo, y tienen el tupé de mentir sobre los terribles hechos por los que han sido responsables. Robaron, torturaron, mataron por la espalda y desaparecieron. Y ante esos actos inhumanos y criminales perpetrados por civiles y militares en el poder, el pueblo uruguayo no fue indiferente, ni un minuto la dictadura pudo descansar de la incansable resistencia de nuestro pueblo. Levantada la Huelga, continuaron las acciones clandestinas denunciando los crímenes dictatoriales, apoyando a las familias de las compañeras y compañeros en la cárcel, en el exilio o peor.
En esta instancia, donde recordamos los 50 años del asesinato de Ramón Peré, también recordamos a los miles y miles y miles de uruguayos y uruguayas que sufrieron, que resistieron, que pasaron a la acción por la democracia.
Ayer, hoy y siempre, del lado de Ramón, de Walter, del obrero que leía la prensa clandestina, del exiliado que manda unos pesitos para la resistencia, del preso que levantaba el ánimo de sus compañeros, de los miles y miles de actos de resistencia cotidiana. Ayer, hoy y siempre, del lado de Ramón, de los que pasan a la acción por un mundo mejor. Del otro lado, los indiferentes.