A 80 años del levantmiento del gueto de Varsovia, estamos viviendo el levantamiento mundial contra el capital financierista cuya dictadura terrorista e imperialista construyó el gueto y los campos de concentración en Polonia.

La diferencia es que aquel levantamiento estaba destinado a dar testimonio de resistencia, mientras éste lleva el testigo hasta la derrota del imperialismo. Ya sólo la desaparición de la especie humana podría evitarla.

Cuando el senador yanqui Marco Rubio reconoce que en cinco años no podrán sancionar a ningún país, es porque el Sur Global, prácticamente entero, se ha levantado contra el dólar. Esto estaremos celebrando, al conmemorar, el 19 de abril, el ochenta aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia.

Es sabido que judíos y palestinos somos semitas por igual. La connotación política de antisemitismo es imperialismo, genocidio, nazismo, gueto, campo de concentración, pero en teoría es “el espacio vital” y su corolario “la solución final”.

La creación de la teoría del espacio vital y la solución final fue atribuida erróneamente a Hitler, quien la aplicó contra “la conspiración de comunistas, judíos y masones”. Sin embargo, existe desde que la lucha de clases existe, sin detenerse a las puertas de iglesias, mezquitas o sinagogas. El antisemitismo existe desde entonces porque es el racismo para encubrir y “justificar” la opresión económica y social y sus medios y aparatos represivos.

La “solución final” consiste en acabar definitivamente con el enemigo , borrarlo de la historia, es el resultado doctrinario del “espacio vital”: Si Hitler no terminaba con nosotros, nosotros terminaríamos con él. Cuando ocupó Austria, estaba Hitler, desde su punto de vista, simplemente completando Alemania, pero cuando siguió con Checoslovaquia, Polonia y Bélgica, argumentó que necesitaba esos espacios para sobrevivir, porque de lo contrario comenzarían a marcarle la cuenta regresiva las potencias enemigas del Tercer Reich: la URSS y la URSS (parafraseando una boutade del Che).

Su aplicación fue política. No a todos los semitas Hitler los quería en el gueto, luego en el campo de concentración, finalmente en las cámaras de gas. A varios los quería en su bando, sentados a la mesa de los Krupp (La caída de los dioses) o dirigiendo bancos desde las potencias que financiaron el Tercer Reich.

En la bolsa de París, por años y años cotizaron al alza los bonos de deuda zarista repudiados por Lenin en enero de 1918. En la City y en Wall Street y en sus empresas, Occidente Colectivo contribuyó al “milagro” alemán de “entreguerras”. Ford, General Motors, la Fundación Rockefeller, financiando científicos nazis en Alemania...

Sí quería Hitler muertos a todos los semitas de Europa central y oriental, que eran el proletariado comunista o filocomunista junto a eslavos y gitanos, otras dos “razas inferiores”, masacradas por los nazis por el mismo motivo económico social, con el mismo falso argumento racial.

El resto del mundo filocomunista –porque los judíos, para Hitler, eran comunistas en tanto se confundían en el proletariado de Europa del Este y Central y especialmente en Polonia, pero también los gitanos y los eslavos y los filocomunistas socialistas, filosocialistas, anarquistas, filoanarquistas, liberales, filoliberales, masones, filomasones y así hasta el infinito. Su “espacio vital” político, además de territorial, le obligaba a la “solución final” no sólo con judíos, eslavos, gitanos, comunistas y masones, sino con todos los que se opusieran al Imperio. Pero esta historia conocida fue nada más que una reiteración, reciente y famosa, de todos los periplos imperialistas. El nazismo no inventó la “solución final”.

MATAR A TODOS

El nazismo fue el primero que no pudo completarla. No pudo ni siquiera con los judíos (aunque mató a seis millones) ni tampoco con los gitanos (que, porcentualmente, fueron los más masacrados) ni con los eslavos (sólo entre los soviéticos unos veinte millones y agregó siete millones de otras etnias de la URSS y otros millones de eslavos desde Eslovenia a Eslovaquia). Antes, los invasores anglosajones exterminaron más de ciento ochenta naciones en América del Norte, los genocidas imperios europeos otras tantas en África y Asia y si en América del Sur se salvaron algunas, fue casualidad histórico–religiosa (los charrúas no se salvaron). Los europeos masacraron las tres cuartas partes de la población americana durante la llamada “conquista”; y en Asia, sólo en la guerra de Manchuria, murieron treinta millones, casi tantos como en la Segunda Guerra Mundial, más que en la Primera, mientras las hambrunas mataban también de a treinta millones en la India o en China, sólo porque Inglaterra resolvía otros destinos para los granos, en la década del setenta del siglo XIX, mientras controlaba el opio a sangre y fuego.

“Matar a todos” le llamó luego el general terrorista de Estado argentino Ramón Camps, cuando ya era un fracaso anunciado. Y otra vez el “todos” del Plan Cóndor en nuestros países de nuestra América puso a los judíos revolucionarios al centro de su animadversión. No olvidaban mentarle la madre a Marx, a Bronstein, a Luxemburg, a Liebknecht y el padre a Ulianov.

La humanidad resultó inderrotable, por mucho que se persiguió a sí misma. Hasta los rusos sobrevivieron. Entre ellos sobrevivió Vladimir Putin, quien en 2020 fue a tributar su acostumbrada ofrenda floral en la tumba común de los millones de resistentes caídos en el sitio a Leningrado, que duró más de ochocientos días, entre ellos su hermano, Víktor Putin, el mismo año que homenajeó en Jerusalén a las víctimas del holocausto judío.

Dijo Vladimir Putin entonces, que llegaba a Jerusalén conmovido por los testimonios que había leído, dados por los oficiales rusos que habían liberado los campos de concentración (entre ellos el de Auschwitz, liberación de la que se cumplían 75 años). “Desafortunadamente sabemos que el resultado del antisemitismo es Auschwitz”.

A pocos kilómetros, hacinado en una estrecha franja plagada de contaminaciones, el pueblo semita gazatí estaba a un paso de la inhabitabilidad. Y el sirio, sin los altos del Golán, con ayuda de Rusia, repelía la agresión imperialista.

Rusia e Israel establecieron un difícil pacto de mutua no agresión directa en Siria. La neutralidad de Israel en el conflicto de Ucrania, desde 2014 hasta hoy ha sido política de Estado. Con Netanyahu, Bennett y otra vez Netanyahu, procuró incluso un papel mediador y acusó a Gran Bretaña de torpedear las negociaciones. Esto no es aparte de las actuales operaciones de desestabilización en Tel Avid, cuando el gobierno dice que Israel no es una estrella en la bandera de USA, mientras leo en el Haaretz (“progresista”) a Noah Landau, en nota de tapa con aliento editorial, afirmar que Biden tardó demasiado en pronunciarse sobre el sistema judicial israelí (uno de los tantos que está en cuestión en el mundo “demócrata”).

Tampoco es aparte que Israel esté trabajando con China en desalinización de aguas marinas y en el puerto de Haifa, tercerizado al grupo indio Adani. Israel, definitivamente, está de camino en la ruta de la seda. La geografía es destino. Y la historia de las civilizaciones de Asia, la china, la india, la persa, la árabe y la judía, entre otras, no lo contradicen.

Pero las reducciones a territorios de autonomía palestina, impuestas por Israel, siguen contando con la cobertura imperialista del veto de USA en la ONU. Y a cualquier repudio al antisemitismo de Israel contra los palestinos, “espacio vital” con muros que encierran a la bloqueada Gaza, espejo del Soweto, masacrado en África del Sur con armas, instructores y aprendices del Estado de Israel.

Los antisemitas siempre fueron los mismos, los imperialistas, los del “espacio vital”, Churchill, quien al finalizar la segunda guerra dijo que había que “dejarles a mano las armas a los alemanes por si necesitamos que vuelvan a utilizarlas”.

Y los semitas también seguimos siendo los mismos. Lo digo desde mi sefaradí Abelenda, desde mi muy probablemente marrano González –porque ningún descendiente de españoles puede estar seguro de no ser judío, pero con apellido tan apto, por lo común, para camuflar a cualquier perseguido, tengo mayores probabilidades que otros de ser descendiente de marranos– y lo digo, sobre todo, desde mi toma de partido, mi convicción sionista einsteiniana (el sionismo es un movimiento político de diversas vertientes), todo pueblo–nación tiene derecho a tener su Estado y autodeterminarlo libremente. El judío igual que el palestino, por supuesto.

El costoso y valioso poder popular que acumulamos los judíos en duros siglos sin Estado (cual acumulamos poder sin Estado otros pueblos culturalmente milenarios, entre ellos mis también ancestrales vascos), comenzó a menguar desde que incumplimos las resoluciones de la ONU –enseguida Einstein advirtió de la deriva nefasta de los primeros dirigentes sionistas– y lo seguimos menguando con la persistencia en las ocupaciones, con la paradójica recurrencia de la teoría del espacio vital nacional en un pueblo que la padeció.

Excepto en tiempos del segundo período de Itzjak Rabin (1992-1995), asesinado igual que Yasser Arafat, por avanzar juntos en “dos pueblos dos estados”, Israel ha esgrimido el holocausto para, en vez de cobrárselo al militarismo imperialista de la guerra que lo provocó, usarlo (a favor de éste) como excusa para vapulear pueblos más débiles que nada deben de aquello y resisten al imperialismo.

El imperio nazi fue el primero que no pudo aplicar la solución final y, seguramente, ya nadie va a poder, porque la disuasión nuclear lo impide y sólo puede terminar con el planeta entero, con el holocausto de toda la humanidad. Es perverso que pretendan hacerlo en nombre del holocausto de aquellos judíos proletarios comunistas semitas, algunos imperialistas y colonialistas blancos europeos, de aquella “Europa, Europa” que narró Solomon Perel.

EL LEVANTAMIENTO DEL GUETO Y EL DEL SUR GLOBAL

El domingo 23 de abril, a la hora 19, en el Zhitlowski, Durazno 1476, conmemoramos el 80 aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia, ocurrido el 19 de abril de 1943.

“En octubre de 1940, en el marco de su política racista, el régimen nazi decide construir un gueto, una zona cercada para aislar a los judíos de Polonia que constituían en aquella época la colectividad judía más numerosa de Europa, con más de cinco siglos de integración y participación en la vida nacional.

Se construye un muro de dos metros y medio de altura que rodea una zona de 4 kilómetros de largo por 3 de ancho, a donde se lleva a judíos que vivían fuera de Varsovia, llegando de esa forma a una población cercana al medio millón de habitantes, continuando con su vida en el exterior el resto de la población polaca.

Los habitantes del gueto son despojados de sus trabajos y bienes materiales y obligados a vivir en condiciones de hacinamiento infrahumanas. Miles murieron de hambre, frío, epidemias de todo tipo y también de depresión.

Mientras a los jóvenes y fuertes se les obliga a realizar trabajos forzados, los ancianos y niños son enviados por miles durante todos los días a las siniestras cámaras de gas de Treblinka, haciéndoles creer que se los enviaba a campos de trabajo.

Los judíos encontraron formas de resistencia a través de la música, los coros y las escuelas clandestinas y hacia fines de 1942 se formó la “Organización de Combatientes Judíos”, con los apenas 60.000 sobrevivientes, liderados por el joven Mordejai Anilevich. A través de boletines clandestinos hicieron un llamado a la resistencia: “Antes de perecer a manos de los verdugos nazis, preferimos caer dignamente en la lucha contra ellos”.

En enero de 1943 se produjeron las primeras revueltas con las pocas armas que pudieron conseguir del exterior (…)

El 19 de abril de 1943 –en vísperas de la pascua judía– los mandos alemanes resuelven aniquilar totalmente el gueto.

Ante la mirada sorprendida de los nazis y de Polonia toda, los combatientes repelieron en un combate desigual a la maquinaria bélica alemana y resistieron 6 semanas con el convencimiento de que se podía infligir a los nazis una derrota moral, aunque la victoria militar no se pudiera lograr.

A pesar de que pagaron con sus vidas, dieron al mundo una lección de dignidad humana y lucha por la justicia aún en condiciones desiguales. El hecho inspiró luego al levantamiento en otros guetos, convirtiéndose en una lección para toda la humanidad.

(...) la consigna de “No olvidar, No perdonar.” que pregonaron fue enarbolada para que no se repitiera. En vista de hechos más recientes, lo sucedido tiene hoy más vigencia que nunca.

En nuestros tiempos y en nuestro país, ser herederos del legado de los combatientes del gueto de Varsovia significa también recordar que nuestro país vivió un período oscuro y que sólo conociendo la verdad de lo ocurrido podremos lograr que no se repita.

Nosotros, que conocemos lo que el horror de la guerra significa, bregamos por un mundo donde la tolerancia y la paz sea lo que prime frente a los mezquinos intereses económicos de los aparatos bélicos que conducen a la destrucción y al hambre (…)

La Asociación Cultural Israelita Dr. JAIME ZHITLOVSKY es una institución judía que cuenta con más de 70 años en la vida de nuestro país y fue fundada por inmigrantes que buscaron escapar de las persecuciones y la pobreza en Europa.

Dentro del conjunto de la colectividad judía nuestra característica es sentirnos tan uruguayos como judíos. Esto significa integrarnos a la sociedad en la cual vivimos aportando nuestra propia cultura y luchando en base a nuestra concepción progresista por un Uruguay mejor, donde todos los derechos humanos tengan una vigencia real.

En particular hemos bregado por soluciones negociadas y pacíficas en el conflicto de Medio Oriente, tras nuestra histórica consigna de “Dos pueblos dos Estados” (...).

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