“Vamos a trabajar hasta un día antes de ir pa` los pinos”, cantaba “La Reina de la Teja” en febrero de 1983, cuando aún bajo el fascismo, conmovió los escenarios populares de Montevideo. Sin embargo, es probable que a Morgade y su gente no le haya alcanzado la imaginación para predecir lo que cuarenta años después, podría llegar a pergeñar el gran capital transnacional.
Parece ser, que los “problemas de la Seguridad Social derivan de las dificultades para su financiamiento y, para peor, nos aleccionan: ¡es un problema mundial; así la Seguridad Social, no se sostiene. ¿En qué mundo ocurre esto? En las nubes, en el limbo, en un mundo abstracto y este designio caerá, sí o sí, si no hacemos algo, sobre los desprevenidos e irresponsables humanos cual oscuro maleficio incognoscible e inexplicable para la razón. Por suerte para nosotros hay gente de buena voluntad que está dispuesta a echarnos una mano. Se reúnen por lo que se sabe, de manera regular, lo que no sabemos es cuando, en donde y, sobre todo, que asuntos tan importantes discuten. Eso sí, no tenemos claro sus apellidos, pero de lo que sí estamos seguros es que son todos tocayos; todos se llaman “expertos”. No tenemos ninguna razón, sería un gesto de ingratitud, guardar pensamientos negativos sobre su altruista y desinteresada tarea.
En general, el desarrollo científico-tecnológico, el crecimiento de la capacidad productiva del trabajo humano son condiciones imprescindibles para que los trabajadores, y las masas populares se liberen de la explotación. Pero, abordar la historia y definir una línea política a partir exclusivamente de consideraciones generales es, por lo menos, un grave error político. Lo general no existe por sí mismo, sino a través del mundo concreto, de la realidad; la abstracción naturalmente no tiene vida propia.
Entonces, si es cierto que el aumento de la capacidad productiva del hombre es la condición primaria para su libertad, también lo es que esta no es un producto de la acción automática de aquel crecimiento. Por el contrario, de hecho, este crecimiento provoca la intensificación de la explotación del trabajo, de ahí, la reducción de la libertad del trabajador (entendida en su verdadero significado: la conciencia de las necesidades). Entonces, el problema siempre es concreto, real, y así debe ser abordado, incluida evidentemente, la Seguridad Social.
La cuestión debería plantearse así: ¿en qué tipo de sociedad se produce este crecimiento?; o sea, ¿sobre el predominio de qué relaciones sociales de producción se desarrolla este proceso? La respuesta es: en el marco de las relaciones burguesas, capitalista de producción. Por lo tanto, todo trabajador consciente, todo individuo autodefinido de izquierda o progresista debería enseñar y propagandear desde el siguiente punto de partida: no se trata de un problema abstracto, de una crisis en “general” de la Seguridad Social. ¡No!; es otro problema que las relaciones burguesas de producción le imponen a la humanidad. Y, planteando correctamente la cuestión, las otras preguntas caen por su peso: ¿quién se va a apropiar y beneficiar de los frutos de este crecimiento? ¿Acaso la sociedad en general? ¡No!; la burguesía, el gran capital. ¿Aumentará o disminuirá la tasa de explotación de la clase obrera? Aumentará (más allá de la tasa de ganancia del capital, en general las tendencias de ambos procesos son opuestas, aquella crece, esta tiende a decrecer). Como resultado, la clase obrera ¿será más libre o más esclava? Indudablemente, más esclava. Es irracional, insostenible, ¡un sinsentido!, o, mejor dicho, es el sentido burgués, un sinsentido humano.
Veamos, la humanidad se sacrificó en el transcurso de cientos de miles de años en su lucha por dominar, “humanizar” la naturaleza que es su propio proceso de humanización (que no es lineal, sino contradictorio; en el transcurso del cual la tendencia es hacia la humanización, pero no sin momentáneos retrocesos parciales, de destrucción de la naturaleza/deshumanización en tanto es insuperable la esencia real humana/natural; cuya expresión más terrible de esta deshumanización son, precisamente, las relaciones de producción capitalista ya inhumanas en tanto devenidas antisociales). Esta brega de nuestros primitivos antepasados que consumía su corta y dolorosa vida nos trajo hasta la actualidad. Es decir, si el trabajo humano alcanzó los actuales niveles de productividad, de dominio de la naturaleza, ¿cuál sería la razón por la cual el hombre debería aumentar su tiempo dedicado al trabajo necesario, no libre, en lugar de aumentar el tiempo de su vida (aún muy corta), dedicada al tiempo libre, creador, al desarrollo multifacético de sus facultades, al trabajo realmente humano? No hay ninguna razón más que la necesidad de acumulación del capital, no hay más razón que la “sin razón” de las relaciones de producción burguesas. No existe ninguna “crisis” de la Seguridad Social, la única crisis realmente existente es la del capitalismo.
Lo peor es que esta “desinteresada” preocupación por la Seguridad Social se expresa en la fase última, en descomposición, inhumana, parasitaria y belicista del capitalismo. Veamos, según los organismos internacionales el desarrollo del capitalismo crea las siguientes consecuencias (que, como rezo, deberíamos recordar y repetir todos los días al acostarnos y levantarnos, porque enseñan las características y tendencias reales de nuestra época): el desarrollo de la centralización del capital, cada vez en menos manos (una decena de individuos tienen la misma riqueza que la mitad de la población mundial, tres mil millones de personas aproximadamente, fenómeno que con la pandemia, ¡y esto es increíble!, se intensificó. En consecuencia, creció la desigualdad social (en ninguna época histórica, sin caer en anacronismos sino utilizando la analogía como método, existió una diferenciación social tan monstruosa; el parasitismo inherente al sistema en esta fase de su desarrollo, se profundiza y esta diferenciación social se basa, cada vez más, en una riqueza “ficticia” que en el contexto de las relaciones burguesas de producción deviene “real” (Hilferding señalaba el parasitismo como un fenómeno al que conducía el desarrollo del capitalismo, pero Lenin acertaba cuando señalaba que aquel no destacaba suficientemente la trascendencia y consecuencia de este proceso y, agregamos, precisamente este es el carácter de las AFAP`s).
El mundo actual vive en una guerra permanente y esto hace, como también señalaba Lenin, a la esencia histórico concreta del capitalismo en su fase imperialista (la ONU y la OIT cuentan trece conflictos militares que adquieren carácter permanente, o sea, que no cesan, en menos de tres décadas). Según la información y los datos que proporcionan los científicos y los organismos internacionales, el capitalismo está destruyendo la fuerza productiva por excelencia: la naturaleza (y la actual pandemia no es más que una expresión de este fenómeno), producto de la enorme concentración de la producción y la súper explotación de la misma.
Este es nuestro mundo, el mundo real, la época del capitalismo en descomposición. ¿Cuánta riqueza se destruye? ¿Cuántos recursos se despilfarran? ¿Cuánto crece la acumulación en manos del puñado de “reyes” del capital? ¡Qué fácil sería financiar la Seguridad Social y mejorar la vida de los seres humanos reales! Los trabajadores y los pueblos no tienen que hacerse cargo de la excrecencia del capitalismo, mucho menos aportar su sacrificio para darle oxígeno, por el contrario, deben luchar para consolidar y avanzar en sus derechos.
Si crece la capacidad productiva del trabajo humano, estos deberían trabajar menos. Si crece la producción de riqueza, en lugar del consumismo y el despilfarro, estas condiciones deberían dar lugar al trabajo libre. Sin embargo, los actuales intentos de reformar la Seguridad Social van en sentido contrario, tienden a aumentar el tiempo de esclavitud asalariada de este breve “paréntesis” (como decía Benedetti), que es la vida. En realidad, lo que el capital se propone es avanzar sobre los derechos conquistados por la lucha de los trabajadores. No hace mucho tiempo trabajaban los niños y los adultos lo hacían hasta que se agotaban sus fuerzas físicas. ¿Debemos aceptar el retroceso en los derechos conquistados o avanzar a partir de ellos? ¿Cuál sería la necesidad de ese retroceso? Desde el punto de vista humano, no habría necesidad alguna. La necesidad de esta tendencia estriba en el crecimiento de la acumulación del capital. ¿Quiere decir esto qué si se impiden las reformas proyectadas el capital vería limitado su proceso de acumulación? ¡No!; sencillamente le pondríamos alguna traba a la multiplicación exponencial del proceso de acumulación que los magnates del capital se proponen a costa de la súper explotación de los trabajadores.
¿Acaso la conquista de la jornada de ocho horas alcanzada por la lucha de los trabajadores impidió la continuidad del proceso de acumulación? ¡No!; el capital busca, conoce y crea los mecanismos para revertir los efectos negativos que pueden afectar este proceso. En tanto rijan, las relaciones capitalistas de producción esta reversión siempre es posible; al impacto negativo primario le sigue un nuevo incremento de la acumulación. Crédito, préstamos, extensión de la jornada laboral por medio de las horas extras, teletrabajo, etc., son otros tantos mecanismos con los que cuenta el capital. A esto habría que agregar la creación de “necesidades” artificiales, el consumismo, etc. Si es cierto que el consumo crea la producción, también lo es, decía Marx, que la producción crea al consumidor. Después de la conquista de las ocho horas, la continuidad del incremento del proceso de acumulación se manifiesta con el inmenso salto que se produjo en la evolución del capitalismo desde aquellos monopolios, cartels, trusts, surgidos en la segunda mitad del siglo XIX, expresión de la nueva etapa del capitalismo, a los actuales conglomerados transnacionales, multinacionales, etc.
Sin embargo, al capital no se le pasa por la mente, no ya reducir, sino siquiera mantener el tiempo de vida que los esclavos modernos están destinados a entregar para apenas sobrevivir. Por el contrario, bajo el acicate de su insaciable instinto de ganancia y acumulación, se proponen prolongarlo.
Este es el sentido fundamental de las actuales tendencias sobe la reforma de la Seguridad Social a nivel internacional. Para vestirse con atavíos aparentemente “benefactores” se apela al caso y el ejemplo sueco. Pero quienes saben y están informados sostienen que, en aquel país, ¡ni más ni menos que Suecia!, la edad de retiro se extendió de 60 a 65 años aproximadamente y que hoy ya se está pensando y promoviendo una jubilación cercana a los 70 años. Esta es la verdad y esta es la tendencia que palpita tras los desasosiegos “reformistas”, esta es la tendencia inspiradora del gran capital. Por supuesto, que esta tendencia no alimenta el objetivo de terminar con las AFAP`s, ese engendro parasitario por medio del cual los grandes capitales nutren su proceso de acumulación con el usufructo por décadas de un porcentaje del salario de los trabajadores, las víctimas de su explotación; ¡y encima le cobran una comisión por gastos de administración! ¡Una obscenidad! Bien decías, “negro” Alí: “no hay peor mala palabra que esta misma sociedad, que la peor grosería la dice esta sociedad”.
El capital cuenta con dos mecanismos para aumentar la producción de valor y acrecentar la tasa de ganancia, que, a su vez, se combinan de distintas formas con el juego de elementos superestructurales en la búsqueda de dicho objetivo y para lograr revertir la tendencia decreciente de aquella. Uno, la creciente inversión en medios de producción cada vez más avanzados y eficientes, la creciente introducción de la ciencia como fuerza productiva directa, para producir más valor, más productos, en menos tiempo lo que, contradictoriamente, provoca la existencia de una mayor masa de mercancías y, al mismo tiempo la depreciación del valor de la mercancía individual. En suma, la caída de la tasa de ganancia por el crecimiento de la composición orgánica del capital, consecuencia de la plusvalía relativa. Dos, mediante la plusvalía absoluta, por medio de la prolongación de la jornada laboral y/o la intensificación del trabajo. Este mecanismo tiene dos límites: uno natural, la fuerza de trabajo debe mantenerse viva y con cierta salud (comer, descansar, etc.); dos, un límite histórico-social, la lucha de clases, las conquistas del proletariado le imponen un límite a la voracidad de la burguesía, lo que no significa que ésta cese en su perseverancia. La prolongación de los años de trabajo para acceder a la jubilación (para descansar e intentar ser libre), ¿no es una forma de extracción de plusvalía absoluta, no mediante la prolongación de la jornada laboral, sino a través del aumento de la cantidad de años en que la fuerza de trabajo sigue produciendo valor, súper explotada? Además, este tiempo “excedente” de parte de la fuerza de trabajo que ya no produce valor (y esto es relativo desde el punto de vista social, por lo menos), reincorporado al mercado laboral, ¿no provocaría una “sobreoferta” de la misma en el mercado y, consecuentemente una tendencia a la caída del precio de la misma, de la masa salarial? Es decir, crecimiento de la tasa de explotación en beneficio, por supuesto, de la clase capitalista. ¿Y cuáles serían las consecuencias en el reducido mercado interno de nuestro país?
Y este es, precisamente, el núcleo central de la concepción universal que predomina sobre las reformas de la Seguridad Social, que intenta imponer el gran capital financiero. Y es así, porque en él se expresa el carácter de clase de la misma, su sentido reaccionario y contra revolucionario, el odio y el desprecio por los trabajadores y los pueblos, por la vida de las clases subalternas, el carácter irreconciliable de la lucha de clases, el contenido de nuestra época.
Como se ve, la cuestión de la Seguridad Social no es un “problema” exclusivamente nacional, sino mundial y, por lo tanto, expresión de una época histórica en la evolución de la sociedad humana; expresión del capitalismo imperialista, parasitario y en descomposición, de un sistema que ya no se limita a la apropiación de tiempo de trabajo abstracto, sino que produce una riqueza “ficticia” cuya vida, existencia y crecimiento se impone sobre la vida humana o, peor aún, contra esa vida. No podemos permanecer pasivos mientras nos intentan embaucar con hipocresía y cinismo sobre supuestos problemas de financiamiento, de insustentabilidad de la Seguridad Social. No es una crisis de la Seguridad Social, estos problemas existen realmente, pero como problemas para el capitalismo y no de la Seguridad Social o, más exactamente, el capitalismo problematiza, conduce a la crisis todo lo que toca.
¿Qué no se sostiene la Seguridad Social así como está? Recuerden, la cantinela sobre la ineficiencia e insustentabilidad de las empresas públicas, a principios de los años 90. ¿Qué habría ocurrido si hubiéramos escuchado con seriedad los diagnósticos y las recomendaciones del gran capital transnacional? ¡”Por suerte” (porque no se trata de suerte), nuestro pueblo les dijo que NO!
Está claro, entonces, que nuestro pueblo no va a resolver positivamente para sus intereses este entuerto a través del “Cónclave de los Expertos” (y esto no es primitivismo, no se trata de estar en contra de que “especialistas” estudien la cuestión). Se trata, ni más ni menos, de la “gran política”, de una cuestión en que están en lucha concepciones diferentes de sociedad, de vida, en fin, ni más ni menos que del ser humano, del futuro de las generaciones venideras. Por lo tanto, si no queremos duros retrocesos en las condiciones de vida, el centro de la palestra social lo deben ocupar los trabajadores y las masas populares; su conciencia, su organización, su lucha (supuestamente una encuesta afirma que más del 70% de nuestro pueblo estaría en contra de hacer que trabajen más los que realmente lo hacen: los trabajadores). ¡Si esto es así, pavada de fuerza nos brinda nuestro pueblo! Sería como empezar el partido ganando 5 a 0.
La alternativa es: ¿achatamos esta fuerza o la acompañamos y organizamos? Según la opción que tomemos, no vale después echarle “la culpa” a nuestro pueblo por los retrocesos que provocan nuestros errores. Por el contrario, con esta fuerza, como decía un “hombrecito” que algo sabía sobre estas cosas, primero, se da la batalla y después se verá…
El capitalismo supone la tendencia a la universalización de la producción mercantil. La mercancía es la “célula” del capitalismo. La forma de la riqueza de la sociedad capitalista, es el capital y este no es más que tiempo de trabajo abstracto acumulado por la burguesía, a través de la explotación y la expropiación del producto del trabajo de los desposeídos. Por lo tanto, la extensión del tiempo de trabajo de los trabajadores, bajo la forma que adquiera, no es, no puede ser más que el aumento de la tasa de explotación. ¡Y esto en plena revolución científico-tecnológica, cuando ha devenido realidad la previsión de Marx de que la ciencia tiende a transformarse en una fuerza productiva directa! No se trata si desde un punto de vista abstracto, la Seguridad Social puede financiarse o no, sino que el capitalismo a nivel mundial, en tanto modo de producción decadente, no la quiere financiar a costa de su ganancia o, mejor dicho, a costa de sus parasitarias súper ganancias. No es que vayamos a avanzar siguiendo las “recomendaciones” del gran capital. Es que ni siquiera estamos conservando nuestros derechos reivindicados y adquiridos. ¡Estaríamos retrocediendo!
Demos oído a la voz de Juan Lacaze1:
“¡Y que se mueran los lobos!
Los que siempre se decían:
“¡el peso lo arregla todo!”
¡Qué se mueran los que mataban sin culpa al chico de la camisa
Y exprimían al obrero dejándolo seco en vida.
¡Qué se mueran! ¡Qué se mueran!
¡Por Dios, que se mueran!
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1- José Carbajal "El Sabalero", El hombre del mameluco