Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
Ignorante, sabio, chorro,
generoso, estafador
Todo es igual... Nada es mejor...
Lo mismo un burro
que un gran profesor No hay aplazaos
ni escalafón...
Los inmorales nos han igualao…
(Enrique Santos Discépolo, Cambalache, 1934)
Cambalache es sin duda uno de los tangos más versionados, más conocidos y más citados de la historia, y no solo en el Río de la Plata. Y esto es porque, si bien fue escrito en el particular lenguaje ríoplatense de principios de siglo, su contenido es universal. Nos habla -sin nombrarlo- de las transformaciones que impone el desarrollo de la sociedad capitalista, en que el valor de uso se subordina al valor de cambio y no hay fin más sagrado que la maximización de ganancias:
“La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados.” nos decían Marx y Engels en el Manifiesto Comunista.
Cambalache fue escrito en 1934, conocida como la “década infame” en Argentina, un año después del golpe de Terra en Uruguay y del ascenso del nazismo en Alemania, cinco años habían pasado desde el lunes negro, y doce desde el ascenso del fascismo en Italia. Era un momento histórico de reacción, tras el triunfo de la revolución de octubre y el auge del movimiento revolucionario en Europa, que fue finalmente derrotado, en forma particularmente trágica en Alemania con el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.
¿Pero que driría Discépolo hoy?
El capitalismo en que el vivió, si bien estaba en la década del treinta en una profunda crisis, todavía tenía bastante para dar. No era este capitalismo violentamente senil del siglo XXI.
Probablemente constataría que se quedó corto. Si pudiera, por ejemplo, ver algunos hechos de nuestro actual acontecer político uruguayo, vería que más que igualación, se ha impuesto una inversión , donde se criminaliza a militantes sindicales, transformándolos en enemigos “corporativos” del interés público, y se premia a un narco requerido internacionalmente, como Marset, con un pasaporte que le permite salir de la cárcel y evitar la extradición por sospechoso de autor intelectual del homicidio del fiscal paraguayo Marcelo Pecci.
Mientras montan una comisión parlamentaria y un espectáculo mediático por las licencias sindicales de los docentes de FENAPES (que seguramente termine en que a lo sumo hubo errores administrativos o algunas faltas de poca monta), nadie parece poder buscar y analizar con profundidad antecedentes o requerimientos de alguien que estaba preso en Qatar con un pasaporte falso, tampoco de quien sería el jefe de seguridad del Presidente Lacalle... que llegó a decir que en la Torre Ejecutiva entra “cualquiera”, pero resulta que Astesiano no era “cualquiera”, sino quien él había seleccionado para desempeñar una función de carácter muy relevante como es la seguridad del Presidente y su familia.
También podemos ver la eficiencia desalojadora de ocupaciones de la policía, siempre rápidos y firmes a la hora de evitar esos actos que según dicen contradice la LUC, aunque normas como la Constitución y algunos tratados internacionales, que están por encima de la LUC, garantizan la huelga y el derecho a la protesta. Pero esa eficiencia parece difuminarse a la hora de investigar antecedentes de narcotraficantes, o hacer un informe sobre quien iba a dirigir la seguridad presidencial, aunque casualmente había formado parte de ese cuerpo.
Todo esto nos demuestra también algunas teorías de Marx y Engels hoy bastante olvidadas por una gran parte de la izquierda, como aquellas que señalaban que la función principal de los aparatos represivos era mantener la dominación de clase. Lo que con gobiernos de la derecha reaccionaria se acentúa y se hace mucho más explícito.
La igualdad formal ante la ley, como podemos ver en estos casos precedentes, no siempre implica un trato igual en los hechos. Mientras que el gobierno y el coro mediático desatan sus furias contra militantes sindicales y jóvenes que se organizan para luchar en defensa de la educación pública y un país más justo, se relativizan los delitos cometidos en las altas esferas, se trata de poner paños fríos, se apela al sentido común más irreflexivo y se nos dice que el Presidente se “comió un garrón” o que “confiar” es una virtud y no un defecto, por no hablar de algunos “narcosojeros” que la prensa hegemónica insiste en llamarlos “empresarios” y “exportadores”.
Las fronteras entre negocios “legales” e “ilegales” tienden a transformarse en cada vez más difusas en este capitalismo fuertemente financierizado, globalizado, y donde abundan los paraísos fiscales. Los empresarios que acumulan sumas gigantescas de dinero aparecen en las portadas de las revistas como Forbes y en los medios hegemónicos como modelos a seguir. Poco importa si esas fortunas vienen de actividades legales o ilegales, a no ser que por un golpe de mala suerte se revelen las fuentes non sanctas de la acumulación de alguno de esos grandes capitales...aunque ahí también aparecerán legiones de abogados y medios dispuestos a relativizar los delitos.
Pero mientras el capitalismo sigue produciendo miseria, desempleo, violencia, victimas y victimarios de todo tipo de delitos, todo lo que genera bronca e indignación. Y los grandes medios y las derechas más reaccionarias saben muy bien en como transformar esa frustración en odio contra determinados grupos o sectores sociales, que señalarán como causa de los diversos males, y que nunca serán los grandes capitalistas, ni el sistema del capital del que no son más que “personificaciones” al decir de Marx. No, los responsables del desempleo y de la crisis económica serán los inmigrantes o los rusos en Europa. Los causantes de la supuesta “crisis educativa” serán los docentes en Uruguay, América Latina y el mundo entero. Los responsables de los problemas de seguridad serán los menores infractores, o los que no quieren trabajar, o los que sostienen que hay que garantizar los derechos humanos y evitar los abusos policiales. Y las redes sociales, que no son espacios horizontales y libres como pensaban algunos ingenuamente, sino dispositivos controlados de forma muy poco transparente y cuyos accionistas no están para nada más allá de la ideología y la política-, multiplicarán el odio, con sus ejércitos de trolls y bots. Se construyen mediáticamente crisis “parciales” que impiden visualizar las causas profundas de múltiples problemáticas sociales y la crisis profunda, estructural e irreversible que vive el capitalismo. Y en este lodazal terminamos ya no “igualaos”, sino que son mucho más valorados los inmorales, sobre todo aquellos que “viven de los otros”.