“Hace varias décadas, cuando la computación electrónica daba sus primeros pasos, se generalizó una designación para este tipo de maquinaria: el “cerebro electrónico”. En cuanto a lo “electrónico”, no caben dudas: las válvulas primero y los transistores y circuitos integrados después le dieron ese carácter a aquellos voluminosos equipos, que podían ocupar fácilmente una pieza.
Ahora, lo de “cerebro” es más discutible. Más allá de que su capacidad de cálculo era bastante menor a la de la notebook de mi hijo de 10 años, llamarlo de esa forma remite a las facultades que tiene el cerebro sin adjetivos. En esa tesitura, la designación “cerebro electrónico” es análoga a la de “brazo mecánico”.
Éste último replica lo que hace el brazo a secas, pudiendo hacerlo muchas veces sin cansarse, eventualmente levantando pesos considerables para la escala humana. El “cerebro electrónico” hace también muchas veces y con rapidez operaciones lógico-matemáticas que también realiza el otro cerebro.
Pero hay una diferencia: salvo alguna fantasía (distópica o no, eso va en gustos), a nadie se le ocurre pensar que el “brazo mecánico” va a inutilizar o atrofiar al brazo humano; mucho menos suprimirlo porque ya no hace falta. Con el “cerebro electrónico” las cosas van por un carril distinto. Como se lo llama “cerebro” y tiene además esa sorprendente capacidad de realizar operaciones, aparece esa fantasía de que ese “cerebro” puede sustituirnos, dominarnos, como pobres inútiles de carne y hueso que tardamos lo indecible en hacer esas operaciones.
Ahí está, para materializar la fantasía ahora sí distópica, la computadora HAL (IBM menos 1) de “2001-Odisea del Espacio”. HAL. Cuando fue concebida por Arthur Clark, y llevada al cine por Stanley Kubrick, estaba a años luz de lo que podía hacer el equipamiento informático de la época. Pero era la proyección, fantasiosa, de la idea de “cerebro electrónico”, tan cerebro que hasta tenía la capacidad de enloquecer; y de hecho hoy día resulta algo bastante más familiar que cuando se la concibió”.
A estas reflexiones de Alberto Müller en Página 12, podría agregarse la necesaria diferenciación entre la ficción literaria de Arthur Clark y sus tesis científicas al respecto de la llamada Inteligencia Artificial. Al igual que Borges, Clark varía sustancialmente de los textos escritos a las entrevistas orales. En éstas clark fue optimista, para nada distópico respecto a la Inteligencia Artificial. Pienso que también Robert Louis Stevenson lo hubiese sido si se le hubiera preguntado por los alcances teórico práctico reales de su genial Doctor Shekill y Mister Hyde y, pasando al terreno más académicamente filosófico y de actual referencia geopolítica, Leo Strauss en sus entrevistas y otras intervenciones orales, no politizó su conservadurismo ideológico. Clark era consciente de la independencia de su ficción respecto a la realidad.
Muller, prosigue con otro razonamiento esclarecedor. “En primer lugar, el cerebro no se limita a hacer operaciones lógicas; ésa es solo una parte de su actividad. Interviene en emociones, preferencias y reacciones instintivas, entre otras funciones. En realidad, el cerebro es un órgano del que no terminamos de entender qué es lo que hace, esencialmente por su inconmensurable complejidad. Esto no pretende desestimar el trabajo de los que lo estudian; al contrario, los muestra como valientes enfrentando un problema de una dificultad extraordinaria, un trabajo que, como todo trabajo honesto de reflexión e investigación, se encuentra plenamente justificado.
Pero seamos modestos, nunca se podrá replicar todo lo que hace el cerebro. Si ni siquiera se logran acertar los pronósticos meteorológicos, que configuran un universo incomparablemente más sencillo que el de un cuerpo viviente, mal se podrá construir un “cerebro” análogo a nuestro cerebro. Cualquier otra pretensión es ilusoria. Y la facultad de enloquecer seguirá reservada el cerebro a secas”.
(…) Las personas que consideramos muy “inteligentes” suelen tener mucha memoria y una afilada capacidad de realizar operaciones lógicas. Pero se distinguen por ser capaces de encontrar algo nuevo y desarrollarlo. Esto es precisamente lo que no hace la “inteligencia artificial”. El ChatGPT, que se ha puesto de moda en estos días, ofrece la posibilidad de comprobarlo”.
Por su parte Federico Kucher, advierte: “La idea de hacer futurología y plantear que estos modelos de lenguaje natural llegaron para cambiarlo todo tiene patas cortas. Pronosticar que en poco tiempo (algunos años) lograrán alcanzar una inteligencia equivalente a la humana para la mayoría de las tareas cognitivas parece imprudente.
Más imprudente todavía plantearlo en base al salto de valor y capitalización de las startups dedicadas a procesar lenguaje natural. Los mercados suelen hacer olas y espuma, las empresas que están en el lugar justo y en el momento indicado pueden valorizarse en forma exponencial, pero al final del camino son pocas las que realmente tienen algo diferente que ofrecer”.
Sin embargo, Yuval Harari, el difundidísimo autor de “De animales a dioses”, un libro dedicado a ocultarles a los ingenuos que la base material del ser social determina la consciencia, en un artículo publicado por New York Times pretende que “durante miles de años, los humanos hemos vivido dentro de los sueños de otros humanos. Hemos adorado dioses, perseguido ideales de belleza y dedicado nuestras vidas a causas que se originaron en la imaginación de algún profeta, poeta o político. Pronto nos encontraremos viviendo dentro de las alucinaciones de la inteligencia no humana”.
Es decir que el ChatGPT vendría a tener la culpa del cúmulo de desinformación interesada de clase que conforman el hegemón de los billones de documentos que le introdujeron los Musk y doctor Shekill.
LA INVERSIÓN DE LA RESPONSABILIDAD
La sofística de Harari me lleva al archivo de varios intentos similares de inversión de la responsabilidad. "Menores ofrecen sexo a cambio de regalos, celulares y motos", es el título de una nota de El País, del 13 de mayo de 2014, cuyo copete dice: "El Jefe de Policía de Cerro Largo admitió que en el departamento ya es "una moda" entre los adolescentes, acceder a tener sexo con personas mayores, a cambio de dinero, celulares, ropa o motos. El jerarca responsabiliza a los padres", pero en la nota, el Jefe de policía dice exactamente lo contrario a lo que expresan el título y el copete: "Generalmente se trata de un grupo de menores que conocen a algún mayor que les ofrece regalos a cambio de sexo. Si bien es prostitución igual, para ellas es una diversión", señaló (el Jefe de Policía). Su apreciación de que "para ellas es una diversión", es prejuicio subjetivo, pero cuando habla del oferente señala "a algún mayor", no como El País que en título y copete invierte los términos señalando a los menores.
La crónica luego cuenta que "en el último caso que tuvo a Melo como escenario, el dueño de una tienda de ropa, de 62 años, fue preso por someter a una veintena de menores a cambio de dinero o prendas de vestir" y el cronista, Néstor Araujo, publica un sólo testimonio no oficial del caso (es posible que en redacción le hayan cortado otros en distinto sentido, porque con sólo tres renglones ocupa todo un subtítulo, muy desproporcionado en volumen de texto con el subtítulo que lo antecede y con los dos que lo suceden): "'¡Qué rostro! Las chicas se entregaban solitas. Haber mandado preso a este hombre es una estupidez', dijo una joven amiga de una de las menores que concurría a la casa del sexagenario".
Se entregaban solitas en Melo, tentando al viejo como Eva a Adán en el paraíso. Así son en todos los relatos interesados del patriarcado. ¿Qué certeza puede salir del chat cargado con más de cinco mil años de ideología? Si en nuestro cerebro no hay nada en el “cerebro” electrónico tampoco. Si en nuestro cerebro mucha basura, en el “cerebro” electrónico lo mismo. Pero el ChatGPT y la “Inteligencia” Artificial en general, es un magnífico instrumento de la innovación tecnológica en cuanto avanza los cambios revolucionarios, igual que lo fue la Internet, el ferrocarril y la rueda.
¿TODO EMPEZÓ EN JAMESTOWN?
Cuando tuvo media sanción en nuestro parlamento la prohibición de publicidad del tabaco, dio lugar a un editorial de El Observador (30/5/07) que dice entre otras cosas: “Aunque la guerra contra el tabaco como peligro para la salud es relativamente reciente –desde la segunda mitad del siglo XX– su exportación a Europa generó mucho antes la tragedia del esclavismo. El crecimiento vertiginoso de la demanda europea del tabaco producido en la colonia inglesa de Jamestown exigía mano de obra para atender las plantaciones. Como los colonos blancos eran pocos y la hostilidad de los indios impedía utilizarlos como peones rurales, en 1619 se produjo la primera importación a Jamestown de esclavos traídos de África.”
¡Esos colonos ingleses de Jamestown eran tan inmaculados e inocentes como el sexagenario de Melo y nuestro inversor Harari! ¡Qué laboriosos y responsables ante la demanda del mercado europeo! ¡qué pocos pero buenos administradores! ¡Y qué gran injusticia que se hayan visto obligados por la hostilidad de los indios y la exportación del tabaco a importar esclavos de África, la misma obligación de los mayores a aceptar las ofertas de sexo por dinero de las chicas menores de Cerro Largo, y de nosotros “a vivir dentro de las alucinaciones de la inteligencia no humana”! Cosas del mercado, cosas de la vida, dicen ellos.
Pero siempre habría algún resentido social que pensase que no fue la exportación del tabaco la que generó el esclavismo, ni "la moda" de las gurisas la prostitución infantil, ni “las alucinaciones de la inteligencia no humana” la alienación humana. La esclavitud existía desde milenios antes que existiese Jamestown, pero aunque no hubiese existido la esclavitud, el tabaco es una sustancia que en sí no genera nada, ningún sistema social, ninguna injusticia, nada, es simplemente un objeto de uso y ChatGPT no es un cerebro y la moda es una etiqueta. Habría también algún historiador que diga que era la hostilidad de los blancos la que impedía a los indios vivir libremente en su propia tierra fumando su tabaco milenario y luego les impidió la vida misma, exterminándolos, pero sería muy minoritario en los algoritmos del GPT.
Hace veinticinco años leí otro sofisma parecido, en la revista Posdata. Fernando Bracco decía que los charrúas eran traficantes de esclavos, porque en la guerra contra el invasor blanco, le canjeaban a éste los prisioneros guaraníes que reducidos por los blancos peleaban en el bando invasor y, una vez entre los blancos, esos guaraníes pasaban a ser esclavos. Bracco reconocía que entre los charrúas no existía la esclavitud, pero eran “traficantes de esclavos” porque sabían que esos guaraníes serían esclavizados por el blanco. En fin, los otros culpables de la esclavitud, aparte del tabaco y de los indios norteamericanos y charrúas, fueron los negros, porque si no hubiesen existido los negros, nosotros, los protagonistas, los blancos, “occidentales y judeocristianos”, los que tenemos derecho a utilizar de peones rurales a quienes no nos sean lo suficientemente hostiles, no los hubiéramos esclavizado. Ni consumiríamos prostitución infantil si las culpables, las chicas pobres, no existiesen. Ni nos equivocaríamos si el ChatGPT no alucinase inteligentemente.